Imponer el silencio



“La mayoría de los panameños, absorbidos por las manifestaciones secundarias de nuestro drama, no han visto, o no han querido ver la negra tiranía que están cocinándole a Panamá en los lóbregos sótanos de la política... Ojalá no sea demasiado tarde cuando por fin abra los ojos”. Estas palabras son del maestro Guillermo Sánchez Borbón, en el año 1985, en un contexto que debería ser distinto al actual, pero, como se ve, los panameños no escarmentamos, seguimos sin querer ver.

La libertad de expresión es un derecho humano fundamental. No es un derecho de periodistas, escritores o comentaristas políticos de radio o televisión: es un derecho de todos, y de todos es la responsabilidad de defenderlo. De las mentiras mejor urdidas contra la democracia, está esa de que “esa vaina de la libertad de expresión es para ese poco de gente que habla paja en los medios y no quieren que les digan nada”. Espero que no se encuentren en ese amplio segmento de los engañados.

Apartar a periodistas de casos, por ley, para que no investiguen e informen sobre cualquier sospecha de anomalía institucional, es un acto de alta traición al contrato social y democrático en el que pretendemos convivir. Imponer el silencio y la mirada para otro lado, es otro acto más de refuerzo de un sistema corrupto que amenaza con colapsar, e invoca a mesías populistas ―de verde oliva o no―, para que nos traigan una solución mágica a toda esta circunstancia. Y ese peligro, ya está tocando a la puerta.

Algún día usted ―sí, usted―, que no escribe ni habla en los medios, abrirá los ojos y querrá denunciar malas prácticas en su circuito o en alguna entidad pública, y será demasiado tarde: le acusarán de difamar y le sancionarán. Entonces se acordará de lo importante que es poder alzar la voz con responsabilidad y se arrepentirá de no haber defendido su derecho a decir lo que piensa.

El autor es escritor

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