Próximamente se inaugurará el Canal ampliado, obra excelsa y de magnitud que sitúa a Panamá en sitial preferencial en momentos en que una serie de acontecimientos han actuado perniciosamente en contra de su imagen internacional.
Tal y como el escándalo del fallido canal francés, que puso a Panamá en los ojos del mundo en el siglo XIX, hoy el país observa, con impotencia, una réplica de aquello con saldos nada beneficioso para la República, tan es así, que ya pareciera tenerse el nombre Panamá como sinónimo de perversión.
La ampliación del Canal mitiga de alguna manera la mala percepción que se tiene sobre Panamá y, precisamente, debe usarse para demostrar al mundo que, independiente de la insignificancia geográfica en términos de extensión territorial, tenemos la capacidad de brindar nuestro espacio geográfico para hacer de manera eficiente la comunicación interoceánica para provecho del mundo.
La inauguración del próximo 26 de junio debe ser un acto revestido de nacionalismo, más que un simple protocolo para resaltar personalidades o para el rédito político.
Deben estar presentes en la ceremonia los que se han sacrificado en las luchas patrióticas por la reivindicación nacional: los trabajadores nacionales, los hombres del campo, estudiantes, los nunca bien ponderados mártires vivientes del 9 de enero de 1964, las universidades, los constructores de la nueva obra, los intelectuales y, por supuesto, las minorías étnicas, como la negra, invitada y desinvitada, en un acto de exclusión propio de lo que acostumbra a hacer el poder político-económico de Panamá.
La ampliación del Canal no puede atribuirse a ningún gobierno. El país es de todos y de nadie en particular. Desde luego, allí no deben estar quienes se opusieron a la obra de ensanche y que, por infortunio y por inconsistencia histórica, serán protagonistas del evento inaugural. No podrá existir discurso alguno de encomio de la obra, a menos que acostumbrado como es el discurso político, pudiese sustentarse sobre irrealidades, demagogias y espejismos. Difícil ha de ser la tarea de exponer un discurso auténtico y legítimo.
Panamá da un paso en firme con la ampliación, la que debe servir, no únicamente para el mundo, sino también para el país. La providencia y los hombres justos darán lo necesario para que no termine siendo parte del botín político y de los intereses de los sectores oligárquicos, habituados siempre al aprovechamiento de las bondades y de las riquezas del país.
La historia -como maestra de los pueblos- ha de ser la guía del comportamiento de los hombres y debe dar el entendimiento necesario para preservar esa magna obra que debe ser orgullo para todos los panameños. Tal y como se planteó con la construcción de un monolito en el actual Canal representativo de los negros que lo construyeron, debe reconocerse, en un acto similar, la participación de las nacionalidades que hicieron acto de presencia para hacer realidad la modernización de la vía acuática, con la consigna ¡Panamá primero!
