Ana y Juan (nombres cambiados a petición de ellos) estaban estresados. Habían llegado a Panamá procedentes de Guatemala hacía hora y media, y aún no salían de Aduana (de Migración les tomó salir solo 10 minutos, y sus maletas también salieron relativamente rápido).
Habían formado dos filas, solo para que cuando llegaban al final, enterarse, de boca de un funcionario grosero, que debían formar otra cola. "Esta no es la fila; allá", escucharon dos veces.
Mientras, el tiempo pasaba... Estaban histéricos; no dejaban salir a Ana para avisarle al chofer del hotel que aún tenían que hacer una cola enorme –de unas 50 personas– para revisar todo a mano, y temían perder su gira hacia Chiriquí, cuyo autobús salía a las 3:00 p.m.
"Llegamos a Panamá con tiempo, antes de las 10:00 a.m., y mire usted cómo nos tratan... y todavía nos quedan horas aquí, aparentemente", decían.
Ana y Juan no regresarán a Panamá. "Nunca más", me aseguraron. Como ellos, alcancé a oír a un mexicano decir "pinche país... no vengo nunca más".
Y es que la escena podría provocar risa y hasta la consideraría típica panameña si no fuera por las implicaciones que conlleva: mientras que en el lado derecho de la sección de Aduanas del aeropuerto las filas no acababan –todas las personas iban cargadas con maletas, y algunas señoras cargaban niños que lloraban inconsolables–, atendidas por cuatro oficiales, del lado izquierdo más de 10 funcionarios panameños conversaban animadamente, se reían y hasta comentaban el último capítulo de una telenovela.
Les explico mejor.
Llegué de México el domingo pasado. Me bajé del avión a las 10:05 a.m., y a las 10:12 a.m. ya estaba en Aduanas. Entonces comenzó la pesadilla.
Por los recintos en donde las personas deben pasar con sus maletas y respectivos, dos no funcionaban. Estaban vacíos, sin nada ni nadie.
Me coloqué en una fila enorme que se movía bastante rápido (unos 10 minutos). Cuando llegué al final (igual que los guatemaltecos), me dijeron que como procedía de México debía pasar por otro lado, formar otra fila enorme donde me revisarían todo de forma manual. "¿Y por qué no avisan?", pregunté. Dos funcionarios me miraron mal y solo dijeron: "váyase al otro lado". Ni por favor, perdone usted, nada...
Bien mandada, pero malhumorada, comencé a caminar hacia las otras filas, hasta que las vi: eran solo dos, cada una con unas 50 personas ¡y seguían llegando!
Eramos dos panameños dentro de un mar de turistas. Me comencé a desesperar... ¿qué está pasando, por qué nos hacen esto? Al preguntar, un inspector me contestó que toda persona proveniente de México, Guatemala y El Salvador debía ser revisada manualmente por "órdenes superiores".
Perfecto, le contesté, entonces ¿por qué no habilitan los otros sitios para revisar? "Por órdenes superiores debemos revisar a todos", me contestó, como robot, el funcionario.
Pedí hablar con su supervisor, a quien le dije que si las órdenes eran tales, que al menos abrieran más recintos, o que pusieran más oficiales a revisar. Me respondió, textualmente, que él no estaba autorizado, y que fuera a la fila. Que esto lo hacían por el narcotráfico, bla bla bla. Mientras, unos 15 funcionarios no hacían nada. Nada. Allí parados viéndose la cara, uno comiendo empanadas...
Pregunté por alguien del IPAT para ponerle la queja, pero brillaban por su ausencia; nadie para defender al turista, para ayudarlo, guiarlo, hacer más cómoda su espera.
Entonces saqué mi cámara... y se formó. Me ahorro los detalles (nunca logré tomar la foto), pero les digo que hasta un perro llegó para oler mi equipaje.
Mientras, los turistas seguían quejándose. Algunos llevaban hasta tres horas allí, solo por el hecho de provenir de un país X, sin importar nacionalidad. Los que querían realizar una gira por el día la perdieron, y ¿quién les devolvería su dinero?
El calor se hacía insoportable (presumo que para ahorrar luz, tenían el aire acondicionado en lo más bajo); los funcionarios seguían echando cuentos sobre los programas de TV sin inmutarse por las enormes filas y sin hacer nada al respecto, y los turistas hablaban cada vez peor de Panamá; de fondo, los niños lloraban hambrientos, y solo se escuchaba en consenso que nunca, pero nunca volverían a pisar tierra panameña.
Y es que la imagen que los recibió fue la de un país tercermundista, donde ellos no valen nada, los discriminan por destino, y los tratan como basura. ¿Y así queremos turismo? ¿Para qué invertimos millones y millones de dólares en promocionarnos en el extranjero, si apenas llega un turista a Panamá lo tratamos así?
Dicen que la primera impresión impacta. Imagínese usted esa primera impresión de Panamá.
No botemos el dinero: Panamá no está listo para el turismo. Al panameño no le interesa, y las autoridades no hacen nada al respecto. Si no se educa al panameño en general, y a los funcionarios que reciben a los turistas, en particular, no llegaremos a ningún lado.
Mientras, recomiendo que al menos coloquen letreros para señalar dónde se deben formas las filas, y que si le pagan un salario a un funcionario –con su plata y la mía, por cierto– lo mínimo que deben hacer es ponerlo a trabajar.
