Un reciente escrito de la Dra. Vilma Chiriboga, Profesora de Historia de la Universidad de Panamá, recuenta la existencia legal --- por virtud de la Ley 42 de 5 de agosto de 2002 --- de un Instituto de Investigaciones Históricas cuya puesta en ejecución recién se inicia. Adscrito académicamente a la Universidad de Panamá, ha sido ahora, diecinueve años más tarde, bajo la administración del Rector Dr. Eduardo Flores, que se empieza a poner en funcionamiento.
Bueno, ese tiempo es solo una pequeña porción de las veintenas de años que hemos pasado dejando solos a los auténticos historiadores que han luchado, precisamente, por articular nuestra Historia. Posiblemente a nuestra indiferencia se debe que el 16 de mayo de este año no cumpliera un siglo de existencia la Academia Panameña de la Historia --- correspondiente de la Real Academia de la Historia de Madrid --- fundada en 1921 por Ricardo J. Alfaro, Enrique J. Arce, Antonio Burgos, Octavio Méndez Pereira y Juan B. Sosa, prohombres de nuestra Nación. También es probable que se pueda inculpar al hecho de que, como la historiografía produce métodos diversos y genera corrientes ideológicas encontradas, a veces termina siendo víctima de intereses ajenos a la aspiración del Dr. Carlos Manuel Gasteazoro de “formar una sólida y fecunda conciencia nacional”. Es cierto lo que dice la Dra. Chiriboga: los cimientos sobre los que se edifica la escritura de la historia es un proceso complejo……pero no hay otro.
Como panameño estudioso de lo que ofrecen nuestros historiadores, hace varios meses, a propósito de una iniciativa para “regular el ejercicio profesional de la profesión de historiador”, hice unas anotaciones personales sobre lo que considero fue un intento que habría de deformar más una disciplina de incalculable trascendencia en la vida de una nación. Aquí reproduzco varios juicios tomados de ese escrito, porque siento que el país está molesto por relatos falsos o novelados, y por algunos otros urdidos con el propósito de engañar a la ciudadanía. Sin duda, éstos solo pueden extirparse respetando la acción conjunta de investigadores, analistas y docentes idóneos que combinen adecuadamente --- sin interpretaciones sesgadas --- los elementos para las correspondientes narrativas históricas. El anuncio de la Doctora Chiriboga nos hace abrigar la esperanza de que el rescate de los hechos históricos por el Instituto de Investigaciones Históricas acabe con el pasatiempo nacional de manipulación de los hechos y alteración de la verdad para fortalecer posiciones políticas particulares y construir altares para falsos dioses.
Y es que para lograr esa conciencia cantada por Gasteazoro, la Historia debe estructurarse y enseñarse con buena disposición de los hechos, con visión educativa, con ausencia de pasión y libre de malezas ideológicas ocultas. Si no se ordena así, sin implantes y sin fabricaciones, no entenderemos los procesos sociales, políticos, económicos y culturales sobre los cuales hemos venido construyendo nuestro país. Es indispensable, entonces, renunciar a la preferencia por la historia corta, y destacar el tiempo o entorno en el que se produjeron los acontecimientos. A pesar de miles de páginas nacionales y extranjeras auténticas que nos cubren desde nuestra época colonial, éstas han sido a ratos abusadas por elementos dominantes decididos a enlazarlas con intereses políticos particulares. Esta realidad es de por sí un grito para poner el tema en orden; para borrar los pecados de ideologización ex post facto, adulteración, manipulación y omisión con que hemos contaminado fases de nuestra Historia; en fin, para arrancar de raíz el deseo de ocultar o disfrazar trechos recorridos que producen desazón en algunos círculos de poder.
Todos sabemos que son múltiples los acontecimientos históricos --- positivos y negativos --- que han sido claves en el devenir político y social de nuestro país, y que no podemos seguir siendo insensibles ante su utilización para potenciar mitos y legitimar falsas visiones del pasado. Por otro lado, al investigar y exponer los acontecimientos que han moldeado nuestras relaciones internacionales es indispensable aferrarse a la ley de causalidad que, de paso, podría hasta exculpar actuaciones perjudiciales en ese campo del evolucionar de la nación. No hacerlo es anti educativo porque nos impide tener tanto conocimiento real como auténtica explicación del pasado.
En resumen, en alguna forma hemos sido cómplices de quienes han secuestrado el valor de eventos trascendentales y les han dado rasgos falsificadores a otros. Las cosas que sucedieron en el pasado nos pertenecen a todos, y no nos merecemos cosas inventadas. Como nación tenemos que acogernos con honestidad a fuentes confiables de todos los tiempos; la historia como teoría, dicen, es una disciplina sobre descripción de los hechos históricos y su análisis científico no trata de explicar taxativamente los acontecimientos históricos concretos sino, como mucho, identificar patrones y causas generales de los procesos. Tampoco pretende su investigación premiar o culpar a nadie; es, expresó alguien, el encuentro con huellas auténticas dejadas en documentos y testimonios, y punto. Reproduciendo cita del catedrático español de Historia Contemporánea, Dr. Enrique Moradiellos García, que nos ofreció la Dra. Chiriboga, “si bien la historia científica no puede predecir el futuro ni proporcionar ejemplos de conducta infalibles, sí permite exponer los orígenes del presente e iluminar las circunstancias de su gestación, funcionamiento y transformación”.
El autor es ex-embajador ante las Naciones Unidas
