Búsquese una biblioteca o viva en una. Siempre hubo títulos reservados para leer durante la jubilación, más allá de la vejez o en situaciones apocalípticas, aunque este sea solo un género literario de ámbito bíblico o de literatura sagrada: hay títulos para leer, incluso, en holocaustos zombis.
“Ventilar” es un verbo nutritivo y necesario. Por las mañanas, antes de leer o escribir, abra las ventanas, permita que la casa ⸺que puede ser el alma, las ideas o un rencor estúpido⸺ se airee con vientos de mar atlántica o versos de Cavafis (siempre me gustó más con “K” de Kafka) o de Alberti. Ventile mañana y tarde, es bueno contra los virus.
Las ventanas son espacios para la mirada, asomaderos al alma del barrio de calles vacías y timbradas por el silencio de niños y carros. Un confinamiento sin ventanas es un secuestro, pero este, obligado, es un freno, una responsabilidad y hasta un remedio mirando venir por ellas tiempos mejores. Así que, asómese y mire atento.
Sigan las instrucciones de los expertos en el motivo de nuestro confinamiento, el famoso virus coronado como rey del terror psicológico y la novela de intriga sin haber escrito ni una sola línea: jamás tuvo nadie a su servicio semejante cohorte de “negros literarios” para meter miedo. Sigan sus instrucciones y también estas y las de Cortázar.
Toca estar en casa juntos, trabajando, asomándonos con serenidad a los números (la serenidad es también recomendada) para ver como amaina la tormenta y a la vida aflorar transformada en no sabemos qué exactamente, pero esperando que sea en algo definitivamente mejor.
No desperdicie el tiempo soñando catástrofes: todos los apocalipsis tienen siempre, en su lectura hasta el final, una esperanza. Ante la menor duda sobre estas instrucciones, vuelva al principio, búsquese una biblioteca donde vivir, una ventana a la que asomarse y ventile el alma, verá que el mundo es mucho más inmenso que sus propios intereses o sus propios miedos.
El autor es escritor