Con frecuencia los medios nos informan sobre actividades de los panameños jóvenes. Hoy me refiero al tema con un enfoque estratégico de mediano plazo por la evidente importancia de los jóvenes en el desarrollo humano y nacional.
Recordemos que el 47% de los panameños son menores de 20 años, casi la mitad de la población. Que el 56% de los pobres, o sea, unos 672 mil, son también menores de 20 años. Que si la búsqueda de "igualdad de oportunidades" es un objetivo central y permanente de nuestra Nación, su principal realización operativa está en la inversión que hagamos en el capital humano de esa mitad de nuestros conciudadanos, en la atención que dedicamos a su formación y al desarrollo de su potencial, que es enorme, y que esa atención contribuirá más que cualquier otra cosa al desarrollo integral de Panamá en los próximos 20 años.
Desde cualquier perspectiva que usemos, la atención a esa juventud es y debe ser prioridad nacional. El crecimiento económico, el desarrollo humano, la integración nacional, el fortalecimiento institucional y del capital social, la globalización y la capacidad de competir, la solidaridad, los valores y la cultura, todos convergen hacia la capacitación física, mental y espiritual de la juventud como el medio y el fin para lograrlo.
También es evidente que la mayoría de los panameños compartimos esa perspectiva, incluyendo al Gobierno Nacional, a los partidos políticos, a empresarios, trabajadores y a profesionales. Hay toda una pléyade de programas públicos y privados que, en forma creciente, están dedicados a realizar ese objetivo. Sin embargo, no podemos descansar, ni dejar de enfocar el tema estratégicamente porque sabemos que los resultados aún distan mucho de ser satisfactorios. El tiempo pasa, las oportunidades se pierden, las necesidades no disminuyen, avanzan más rápido que las respuestas. La calidad, pertinencia, cobertura, equidad, de lo que hacemos en educación y salud, por ejemplo, no son adecuados para lograr las metas deseadas.
Como el problema es complejo hay que abordarlo por prioridades de mayor impacto. Por ejemplo, la salud preventiva es esencial. La nutrición física es indispensable. La alimentación de los jóvenes es insuficiente en áreas rurales y aún en la capital. Se necesita aumentar el agua potable y las vacunaciones, la higiene y el saneamiento, entre otros.
La educación en sus diferentes etapas es insustituible. La preescolar aumenta, pero su cobertura es inferior al 60% y aun menor en el interior. Sabemos que los niños de uno a cinco años necesitan la nutrición física y afectiva adecuada para no perder hasta un 30% de su capacidad. La primaria tiene cobertura total, pero su calidad, sobre todo en áreas rurales, es deficiente. La secundaria solo llega al 65% de cobertura, aunque se reconoce que es esencial en el mundo moderno. La universitaria tiene una alta demanda y cobertura, pero su calidad y pertinencia son insuficientes. La capacitación laboral vocacional aumenta con los programas de Inadeh que hay que apoyar con efectividad. Los programas de becas del Ifarhu contribuyen a mejorar la equidad, pero la necesidad es mayor. Los deportes organizados, como expresión de formación física, mental y social, han aumentado, pero su cobertura es aún inadecuada.
Se necesita más recursos financieros, pero se requiere aún más un uso más efectivo del alto porcentaje per cápita de recursos ya comprometidos en salud y educación. Esto apunta a la administración y a la ejecución más profesionales de programas mejor enfocados, lo cual incluye la atención más efectiva de la población rural y marginada. Hay que ensayar nuevas fórmulas para producir los resultados esperados. Esto ha comenzado y necesita ampliación y continuidad.
Pero el esfuerzo público es un complemento de lo que hace cada familia con sus hijos. El trabajo necesario es por tanto mayor, porque se trata de motivar a cada familia a que aproveche las oportunidades para sus hijos. Casi siempre imbuidos de dignidad y esperanza, sabiendo que quieren un futuro mejor, no saben cómo hacerlo ni tienen los conocimientos para orientarlo. Por otro lado, la alta existencia de hogares no conformados complica la incorporación de jóvenes desprovistos de atención. Estas realidades enfocan la necesidad del trabajo con las comunidades, lo cual requiere mayor participación pública y privada.
En todo ello es central el papel de la mujer. Entre más se le educa, se le dignifica y se defiende en su persona y en su función social, mejor serán los resultados para ellas y para los jóvenes bajo su tutela inicial.
Lo anterior son solo ejemplos de la multitud de retos y de soluciones que ya se enfrentan para lograr el objetivo de invertir en los jóvenes para crear un desarrollo humano acorde con el potencial que obviamente tiene la Nación. Un enfoque completo estratégico, como política de Estado, permitiría una concentración de recursos, de atención, de continuidad y de efectividad, con el propósito de que la mitad de los panameños se incorporen mejor para realizar su potencial y el del país sobre trayectorias más modernas y de mayor alcance.
El autor fue presidente y de la República y es economista