El título de este escrito es la representación de lo que hace la Asamblea al desbaratar el consenso quinquenal presidido por el Tribunal Electoral, con representantes de la ciudadanía y los partidos políticos, luego de las elecciones nacionales y las experiencias producto de éstas.
Nuestro país sufre de muchos problemas peligrosos, pero en el tema electoral pos dictadura, nos hemos convertido en ejemplo con resultados comprobadamente limpos, porque en todas ha resultado electo un presidente de la oposición, sin que la parte perdedora haya alegado trampas.
Dicho en otros términos, nuestra democracia electoral ha sido casi que perfecta.
Fallamos, eso sí, en la democracia ciudadana y en la institucional, tanto en el Ejecutivo, en el Judicial y ahora, en forma dramática e inaceptable, en el Legislativo.
En las elecciones pasadas, la campaña ciudadana “No a la reelección” fue exitosa al no reelegirse una buena parte de los diputados e incluso logrando a cinco independientes, algunos de los cuales estudian seriamente los temas y le dictan cátedra a los demás del pleno, pero sin los votos para lograr más allá de la efectiva denuncia.
Las reformas electorales consensuadas, al llegar a su primer paso en la Asamblea –el primer debate– en comisión, ya han sido desbaratadas en forma feroz, en un verdadero caminar de frente hacia atrás.
A los diputados de bancadas oficialistas les ha importado poco la historia, el ejercicio de la ciudadanía, sus propios partidos y la experiencia nacional e internacional de los magistrados del Tribunal Electoral, quienes indignados se levantaron de la mesa y enviaron un fuerte comunicado explicando el porqué.
Dicho comunicado fue secundado por la ciudadanía en términos parecidos.
Hay que agradecerles por esa acción, pues así pudimos enterarnos de la inmensidad del desastre que nos estaban preparando.
No es que estoy siempre de acuerdo con todas las decisiones del Tribunal Electoral, pero no hay duda alguna que han sabido presidir elecciones limpias, su papel fundamental.
Cuando –como ciudadano– siento disgusto y rabia por la crasa ineptitud y generalizada corrupción de los gobiernos en cuanto a temas importantísimos para conservar, incluso proyectar, la democracia, normalmente me refiero directamente al poder específico, ya sea Ejecutivo, Legislativo o Judicial.
Sin embargo, hoy tengo que culpar de la destructiva gestión de la Asamblea al presidente de la República. Las bancadas legislativas de los partidos super mayoritarios tienen un solo director de orquesta: ¡el presidente de la República!
El desmadre que se produce en la Asamblea es muestra de una ausencia del presidente, quien con un mínimo de liderazgo pondría orden, coherencia y armónica colaboración en su mayoría legislativa. Pareciera que –como en otras cosas– el hombre a quien elegimos presidente se ha dedicado a delegar –éstas y otras funciones– a funcionarios cuya ineptitud es tal, que solo se dedican al fácil y corrupto proceso de procurar comprar a sus propios diputados. Por ejemplo, a la vez que se reduce el presupuesto del Instituto Gorgas en plena pandemia, se le autoriza un crédito extraordinario de $36.8 millones a los diputados, además de todas sus cuentas ya oscuras.
Por ésto los legisladores se atreven a burlarse de la ciudadanía a diario.
Pareciera que nos gritan: “Sí, le quitamos al Gorgas y nos aumentamos a nosotros, porque nos da la gana. ¿Y qué?”
A esta pregunta, que nos reiteran con cada acto destructivo y corrupto, nos toca contestar: ¡No a la reforma de la ley electoral de la maleantería! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! Y entonces salimos masivamente a la calle para demostrar nuestro poder ciudadano.
¡Finalmente! ¡Nada de “mesas técnicas” y demás yerbas aromáticas! La única solución es aprobar el proyecto de ley que presentó el Tribunal Electoral producto de un año de trabajo técnico de los magistrados, la sociedad y todos los partidos políticos. ¡No hay de otra! Luego de la masiva y nacional protesta, ¡nada será igual!
El autor es fundador del diario La Prensa

