El peor instrumento letal inventado por el hombre sigue siendo la bomba atómica. No sólo aniquila instantáneamente toda infraestructura sólida y vegetal del sitio donde estalla, sino que también derrite la piel humana envenenando a toda la población hasta los huesos. Y sus efectos duran por generaciones.
Todas estas décadas, desde los años 40 hasta el nuevo siglo, confiamos en que ese horror nunca más podría repetirse.
Fue demasiado doloroso vivir con las consecuencias de la opción adoptada por el presidente Harry Truman, que sacó del más férreo secreto un arma mortífera, atómica, que lanzó sobre dos ciudades japonesas, poniendo así fin a la guerra con los inclaudicables nipones.
Sin embargo, millares de seres inocentes mueren hoy por culpa de la bomba atómica, aunque sigue encerrada.
Día a día, desde hace más de un mes, espantados hasta el tuétano, miramos con puños apretados de impotencia las imágenes de una carnicería humana que podríamos y que deberíamos detener.
Los ciudadanos de Ucrania, país apacible, bonito, tuvieron que convertirse de la noche a la mañana en una manada de tigres diente de sable, para proteger a su país y su propia vida.
Este fenómeno existencial no me sorprende; ya he escrito sobre el instinto territorial, la desesperada urgencia que agiganta la fuerza de la víctima ante un enemigo superior, porque defiende lo suyo. ¿Qué mejor prueba que Vietnam?
Aun sin salir de sus ojivas (en demasiados países), las bombas atómicas nos están matando: nos matan en Ucrania, creando un precedente nefasto, por temor a que el tirano ruso con sed imperial sea capaz de apretar el botón que iniciaría el horrible intercambio de bombas nihilistas, cuyo inimaginable zumbido podría comenzar el fin del mundo.
El terror a poner en uso las mortíferas bombas, detiene a los gobiernos de las grandes naciones de entrar a Ucrania para enfrentar de igual a igual al ejército ruso.
Además, el tirano no se arriesga a ser blanco presentándose en la acción, como el presidente Zelensky. Se protege en el Kremlin, un hombre sin alma soñando con ser zar.
La autora es escritora