Luego de los ataques terroristas en territorio estadounidense el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos exigió al régimen talibán de Afganistán la entrega de los cabecillas de al-Qaeda y la desarticulación de dicha organización fundamentalista, responsable de la ejecución de los atentados. El gobierno afgano, que había dado refugio a al-Qaeda desde la toma del poder por los talibanes, en 1996, rechazó las exigencias, lo que motivó la respuesta bélica de Washington.
El 7 de octubre siguiente, Estados Unidos—con apoyo británico y de un grupo armado afgano, la Alianza del Norte—inició un operativo militar en Afganistán. Además de los propósitos señalados, uno de los objetivos de la acción bélica era impedir que el país centroasiático continuara sirviendo de refugio a grupos extremistas.
Para ello, evidentemente, era necesario un cambio de régimen. La acción angloestadounidense también alcanzó este objetivo. Los talibanes fueron expulsados de Kabul y, más adelante, de las principales ciudades. Se constituyó a continuación la denominada “Autoridad Provisional” afgana.
Esta autoridad recibió el reconocimiento de la ONU, cuyo Consejo de Seguridad, conforme a la Carta de las Naciones Unidas, autorizó el establecimiento (inicialmente, durante 6 meses) “de una Fuerza internacional de asistencia para la seguridad que apoye a la Autoridad Provisional afgana en el mantenimiento de la seguridad en Kabul y las zonas circundantes” y exhortó a los Estados miembros de la ONU a aportar “personal, equipo y otros recursos” a dicha fuerza, según su Resolución N°1386 de 20 de diciembre de 2001, disponible en: https://undocs.org/es/S/RES/1386(2001).
La resolución fue apoyada unánimemente por el Consejo de Seguridad, sin ninguna abstención (lo que significa que recibió el respaldo de China y Rusia). El alcance de la Resolución N°1386 fue posteriormente ampliado y, eventualmente, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una alianza militar creada y liderada por Estados Unidos, se hizo cargo del operativo.
Como parte de la OTAN, 28 países, además de Estados Unidos, participaron de la fuerza internacional de asistencia. También apoyaron otros 24 Estados, fuera de la OTAN, conforme a la Resolución N°1386.
A lo largo de dos décadas, esta intervención, que inicialmente consiguió desalojar del poder a los talibanes, no logró, sin embargo, algunos de los importantes propósitos que se le añadieron. Los talibanes se refugiaron en las cordilleras de Afganistán y, sobre todo, en Pakistán, país vecino y supuesto aliado de Estados Unidos, penetrado por el fundamentalismo islámico y el crimen organizado. Bajo las narices de la fuerza internacional , la corrupción medró a todos los niveles en Afganistán, lo que contribuyó a menoscabar el sistema político que intentó establecerse.
El ejército afgano, en cuya modernización y profesionalización se invirtieron altísimas sumas de ayuda extranjera, nunca adquirió una adecuada capacidad de combate. Sus jefes se dedicaron (como acá) al tráfico de drogas y personas, la extorsión y otras formas de corrupción.
Además de incumplir los propósitos que se le agregaron, la intervención extranjera en Afganistán causó enormes pérdidas humanas, incalculables dolores de cabeza y un costo astronómico. Citando un estudio académico, Newsweek (16 de agosto) estima el gasto para Estados Unidos en 2.3 trillones de dólares. En esta acepción, un trillón significa un millón de millones, o sea, esta cantidad: 2,300,000,000,000. Veinte años después del inicio del operativo militar, tras el anuncio del retiro de las tropas extranjeras de Afganistán, el mundo ha presenciado con estupefacción la retoma del país centroasiático por los talibanes. Luego de tan vasto operativo internacional—liderado por el autoproclamado líder del mundo libre y principal potencia del mundo—y tras semejante expendio de vidas y caudales, nadie hubiese vaticinado que los talibanes se apoderarían nuevamente del gobierno afgano y restaurarían sin contemplaciones su fundamentalismo represivo y expansionista.
La caída de Kabul es, sin duda, el evento más dramático e impactante de los últimos tiempos y sus consecuencias serán enormes. Todo indica que quienes tienen a su cargo la seguridad nacional y la política exterior estadounidense no calibraron adecuadamente los riesgos involucrados y le presentaron al presidente Biden un plan incompleto, inexacto y, por todo lo anterior, inconveniente.
El plan se esbozó durante la administración del presidente Trump (2017-2021), lo cual no exime al actual gobierno estadounidense de responsabilidad frente a las evidentes consecuencias catastróficas que tendrá la toma de Afganistán por los talibanes. En ese país, significará la restauración de un totalitarismo fanático, con una trágica afectación para los derechos humanos, sobre todo de mujeres, niños y todos aquellos opuestos al fundamentalismo talibán.
Aumentarán los flujos migratorios, que inicialmente afectarán a los países vecinos, pero no tardarán en complicar los problemas de tráfico humano en Europa y otras partes del mundo. El radicalismo islámico a la base del régimen, por otro lado, auspiciará los extremismos y el terrorismo en otras partes de la región (especialmente, en Pakistán), con consecuencias nefastas, no solo para la seguridad de Israel, Europa Occidental, Estados Unidos y sus aliados, sino también de otros Estados como India, Indonesia y Filipinas.
Más ampliamente, el retiro estadounidense de Afganistán es una clara ganancia para China y, probablemente, Rusia. China ya abrió canales de comunicación con los talibanes (Al Jazeera, 28 de julio) y Rusia ha declarado que la toma de Kabul por talibanes contribuye a la paz en la región.
Ambas potencias emergentes se aprestan a entenderse con el régimen de terror instaurado en la capital afgana, mientras que quien supuestamente lidera el mundo libre abandona una posición clave y pierde credibilidad en todo el planeta. El mensaje que se envía es uno de debilidad y de renuencia a cumplir los compromisos adquiridos. Dios nos coja confesados.
El autor es politólogo e historiador y dirige la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá.

