La primera ciudad sobre el litoral pacífico americano, fundada en 1519, duró poco más de 150 años en su localización original, hasta que, a finales de enero de 1671, sufrió el asalto de Morgan. Un aterrador incendio la destruyó, producido cuando el gobernador Juan Pérez de Guzmán ordenó que se volara la pólvora almacenada en el depósito militar, como lo explica Alfredo Castillero Calvo en su artículo de Tareas (2017).
Añade el Dr. Castillero Calvo que el ataque y ocupación de Panamá por los piratas—uno de los eventos más dramáticos, sangrientos y devastadores de nuestra historia—se prolongó desde la llegada de los forajidos, el 28 de enero, hasta el 24 de febrero, cuando, finalmente, partieron, llevándose un cuantioso tesoro. Pero no fue hasta marzo cuando llegaron al istmo los primeros auxilios extranjeros.
De acuerdo con Luis Enrique García de Paredes, el concejal panameño quien en la década de 1950 recuperó importantes evidencias históricas sobre nuestra capital, el virrey del Perú, conde de Lemos, envió a Panamá “8 navíos de guerra y transportes que condujeron 2500 hombres” además de “70 piezas de artillería, dinero, víveres, municiones y pertrechos”. El presidente de Quito “también mandó refuerzos” pero no llegaron hasta abril, cuando “ya el enemigo había huido y sirvieron para socorro de la vecindad saqueada”.
En la corte de Madrid, las noticias eventualmente recibidas causaron gran revuelo. Se envió a un funcionario, Miguel Francisco de Marichalar, a evaluar la situación in situ.
Marichalar llegó en octubre e informó a la reina gobernadora, doña Mariana de Austria, que no había hallado en el istmo “otra cosa que lástimas y desdichas, abrasado el pueblo con todo lo que en él había, la gente desnuda y enferma toda, de los trabajos que han padecido en los montes, y ha sido tanta la que ha muerto que de los 750 hombres que se quedó don Juan Pérez, del socorro que vino del Perú, no han quedado 150, con que este reino está en la misma disposición que si ahora se hiciera el descubrimiento.”, relata don Luis en su importante discurso pronunciado en 1954.
Ante tal desolación y como medida para prevenir nuevos ataques, el virrey del Perú, a cuya jurisdicción estaba sometido el istmo, encargó del gobierno a Marichalar y lo conminó a mudar la ciudad al denominado “sitio del Ancón”, esto es, a la planicie frente al cerro. Desde entonces, dicha elevación es consustancial con nuestra capital, lo que explica el poderoso significado que tiene en el imaginario panameño.
No en vano le dedicará, años más tarde, emotivos versos al cerro Ancón nuestra gran poetisa romántica, Amelia Denis de Icaza: “¿Qué has hecho de tu espléndida belleza, / de tu hermosura agreste que admiré? / ¿Del manto que con recia gentileza / en tus faldas de libre contemplé?”.
La decisión del virrey fue ratificada por el Consejo de Indias el 8 de septiembre de 1672 y, el 31 de octubre siguiente, la reina gobernadora, en nombre de su hijo Carlos II, expidió la real cédula que ordena el traslado de la ciudad al sitio mencionado. Tres meses más tarde—el 21 de enero de 1673—el nuevo gobernador de Panamá, Antonio Fernández de Córdoba, dio cumplimiento a la disposición.
Según expone el concejal García de Paredes, el gobernador se trasladó al lugar escogido para la mudanza, acompañado del obispo y numeroso séquito. Allí “señaló en la plaza principal el sitio donde se iba a erigir la Catedral. Acto seguido el Ilustrísimo señor Obispo revestido según el ritual romano y con la asistencia de los Deanes y chantres del Obispado bendijo el sitio con toda solemnidad. Enseguida se delinearon las calles y se señalaron sitios para los conventos y para las casas reales y para el Cabildo”.
Por tratarse de un evento significativo en la historia de nuestra capital—una ciudad que engarza, de manera importante, en la propuesta de Simón Bolívar para la unidad americana, la Sociedad Bolivariana conmemorará la fecha en una sesión cívica y cultural. El Libertador, como lo comentó recientemente el maestro Carlos Malagón Bravo, presidente de la Confraternidad Bolivariana de América, “idealizó a Panamá como eje central de la integración entre nuestros pueblos”.
En su Carta de Jamaica (1815), Bolívar escribió, famosamente, que, por su posición geográfica, Panamá pudiese ser la capital de un único Estado americano independiente de España. Sin embargo, también advierte que Panamá carece del “poder intrínseco” que solo posee México en la América Hispana, sin cuyo poder “no hay metrópoli”.
En otras palabras, Bolívar aprecia el enorme potencial que tiene Panamá, pero también reconoce que, para realizarlo, es necesario que se acrecienten ciertas capacidades. Más que poder militar, elemento que, sin duda, tenía en la mira, pienso que Bolívar se refería, entre otras características, a una economía sólidamente enraizada, a un capital humano debidamente desarrollado, a una infraestructura moderna y a un gobierno probo y dedicado al mejoramiento colectivo.
Aún así, años más tarde, dispuso que en Panamá se celebrara el primer congreso de Estados americanos, el cual, como es sabido, se reunió en la sala capitular del convento de San Francisco, hoy Salón Bolívar, inscrito en la lista del patrimonio mundial.
A pesar del crecimiento exponencial que ha tenido la ciudad en los años transcurridos desde su fundación (1519) y traslado (1673), aun nos falta un camino por recorrer para realizar el potencial que identificó el Libertador Simón Bolívar. Un buen paso en ese sentido sería exigir el saneamiento de la administración municipal, aquejada por la cultura del botín y prácticas depredadoras que traen a la mente el saqueo de Morgan y sus asaltantes.
El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá; y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.


