Por lo visto, el Inspector Especial para la Reconstrucción de Afganistán, John Sopko (figura creada en 2008 por el Congreso de Estados Unidos), llevaba algo más de una década advirtiendo una y otra vez, informe tras informe, de la escandalosa corrupción que estaba produciéndose en el llamado proceso de reconstrucción.
El fraude, la mala gestión, el desperdicio -y todas las formas imaginables de corrupción- provocaron la pérdida de miles de millones de los impuestos de los ciudadanos de Estados Unidos. Dinero que terminó en manos de empresas contratadas para las más diversas tareas, así como en cuentas bancarias en Dubai de funcionarios corruptos de la nueva administración afgana.
Un caso citado por los medios que estos días investigan tanto desastre es la de DynCorp International que logró contratos por mil 650 millones de dólares para asesorar a las fuerzas del Ministerio de Defensa y el Ministerio de Interior afgano. Una auditoría del Inspector Especial encontró en 2018 que no existían parámetros para evaluar el trabajo realizado por la empresa, y por lo que hemos visto estos días aquello fue dinero a fondo perdido.
Otro caso ejemplifica la falta de conocimiento del lugar donde trabajarían, su cultura, sus costumbres. A pesar de que Afganistán es un país con un porcentaje mínimo de bosques o zonas verdes, se gastaron muchos millones en uniformes de camuflaje para el Ejército Nacional Afgano que estaban creando y entrenando. Un tipo de uniforme completamente inútil en aquella geografía pero que, por lo visto, ha permitido la rápida desaparición de ese costoso ejército. ¡La magia de la corrupción!
En fin, cero rendimiento de cuentas, falta de comunicación entre las agencias de Estados Unidos implicadas en la operación, indiferencia y codicia, enorme corrupción del gobierno afgano permitida por la instancias supuestamente encargadas de la reconstrucción, fueron los huecos por los que se esfumaron miles de millones de dólares.
Algunos analistas estos días han puesto el acento del fracaso de la misión en Afganistán, en el hecho de que no trabajaron en el fortalecimiento -incluso creación- de las instituciones. “…una lección implacable de la historia es que la democracia no echa raíces en un país si antes no hay una administración fuerte… No puedes confiar en que unas elecciones, por libres y competitivas que sean desde un punto de vista formal, obren el milagro de modernizar una nación. Antes que urnas, hay que poner farolas y alcantarillados...”, y hacer todo eso usando escrupulosamente el dinero público, añado yo.
Esa afirmación del politólogo español Victor Lapuente, me lleva de las montañas de Afganistán a Panamá, donde cada día vemos con tristeza y frustración, como se ha ido destruyendo la poca institucionalidad que teníamos a golpe de clientelismo, mediocridad, corrupción e indiferencia.
Aunque algunos ilusos -especialmente en el Palacio de Las Garzas-, creen que nadie se da cuenta, lo cierto es que estamos identificados como un país con enormes problemas y riesgoso para los inversionistas, como queda evidenciado por la mala nota que sacamos en todas las listas habidas y por haber que evalúan el Estado de Derecho, justicia, corrupción o eficiencia de la Administración Pública.
Hace unos días, el embajador de la Unión Europea, Chris Hoornaert hablaba con claridad -a pesar del evidente lenguaje diplomático- que si bien Panamá tenía muchos atractivos para el inversionista internacional, no era posible negar los importantes retos en temas tan básicos como los servicios públicos básicos como agua o el manejo de la basura. Igualmente menciona con preocupación la necesidad de que existan trabadores calificados, haciendo énfasis en la educación como factor esencial para el buen desempeño económico del país.
Obviamente, y teniendo en cuenta que se trataba de un evento sobre prevención del lavado de capitales, el embajador Hoornaert hizo alusión a la corrupción no solo como un problema existente, sino también por la falta de procesos eficaces de prevención y castigo.
Y todo ésto antes de que ocurriera el caso de los médico-funcionarios-emprendedores como un reciente ejemplo doloroso de lo que ha estado ocurriendo en la Administración Pública.
Los escandalosos casos de corrupción se van acumulando, sin que la justicia de respuesta a tanto abuso y tanta burla. El descrédito, la falta de fortaleza de las instituciones y el cinismo están poniendo en grave peligro el futuro de este país.
Mientras escribo estas líneas, el diputado del partido en el gobierno, Jairo Salazar -conocido como Bolota- le advierte al ministro de Cultura, Carlos Aguilar, desde el hemiciclo legislativo, que seguirá destruyendo las casas de Colón, sin importar si son patrimonio histórico o no.
La corrupción está provocando muerte y dolor estos días en Afganistán; y en Panamá, lo está destruyendo todo.
La autora es periodista, abogada y activista de derechos humanos