En el informe de la UNESCO “La Educación encierra un tesoro”, Jacques Delors (1996) escribió, que la educación del siglo XXI debería estar cimentada en cuatro principios fundamentales: aprender a conocer; aprender a hacer; aprender a vivir juntos y con los demás y aprender a ser.
Conocimiento y aprendizaje son recursos renovables que tienen el potencial de transformar el mundo, porque pueden responder a los desafíos e inventar alternativas que cambian el futuro. Aprendemos, desaprendemos, reaprendemos, innovamos, inventamos, nos convertimos y nos transformamos. La educación y el conocimiento pueden contribuir al bien común mundial.
Tenemos una nueva coyuntura que nos ha planteado la pandemia de la Covid-19 ¿Cómo hacer para educar en estos saberes desde la nueva normalidad? Evidentemente se imponen otras maneras de aprender, mediados por la tecnología, las clases a distancia, de manera sincrónica y asincrónica, desde el hogar. La casa -por un tiempo- será el espacio de la educación. Y en este escenario la educación debe abordar los distintos saberes. Es cierto que, con el uso de la tecnología, los niños pueden acceder a mucha información; sin embargo, ésta debe ser mediada por un educador con una formación más centrada en el conocimiento y con una buena utilización de las herramientas tecnológicas; pero a la vez, más humano, empático y sensitivo, para orientar las necesidades de los niños y los jóvenes durante y después de la pandemia.
Además, sobreviven dos retos importantes: ¿cómo aprender a hacer y como convivir sin el contacto físico con los otros niños y jóvenes? Y allí es dónde se ponen de relieve las nuevas habilidades que deben desarrollarse a través de un modelo participativo, de aprendizaje cooperativo y colaborativo, por proyectos, por problemas, por casos. Para el desarrollo de las habilidades del saber hacer, la escuela es un laboratorio, en el que se explora y se experimenta y debe adaptarse a los niños y sus necesidades educativas especiales.
La escuela sigue siendo el centro del aprendizaje, pero una escuela con nuevos diseños curriculares y nuevos espacios, que permitan la movilidad y la colaboración y en la que los niños se entusiasmen y sientan que ese es su espacio de convivencia, que les va a permitir incorporarse al mundo del trabajo con autonomía, planeación, disciplina y organización.
El siglo XXI nos exige una mayor autonomía y capacidad de juicio junto con el fortalecimiento de la responsabilidad personal y social. Los modelos de evaluación deben ser de 360 grados e incluir no solo los contenidos de los cursos, sino también los proyectos, los casos, los problemas resueltos, las actividades interactivas, las lecturas, los videos de apoyo y todos los elementos involucrados en el proceso de enseñanza aprendizaje.
En palabras de Delors (1996, p.95), “La educación se ve obligada a proporcionar las cartas náuticas de un mundo complejo y en perpetua agitación y al mismo tiempo, la brújula para poder navegar en él”. La educación en esta nueva concepción nos debe llevar a redescubrir e incrementar el tesoro que llevamos escondido en cada uno de nosotros.
La autora es psicóloga