En estos días me llegó por las redes una imagen que espero no preceda al estallido: es un contenedor de basura con ruedas, empujado por unos niños hacia un precipicio. Saliéndose, se pueden leer los nombres de partidos políticos, asociaciones de diversa índole y medios de comunicación. Alguien decía que faltaban nombres, a lo que se le respondió: “abajo en el contenedor, lo que no se ve, está lleno de todos”.
Colombia es, en estos días, un espejo terrible. Están en el punto de no retorno, están hartos de todo y de todos. Ya da igual que renuncie hasta el mismísimo presidente de la república. Lo que se quiere es un cambio de verdad profundo, que deje atrás, o en el fondo del vertedero, tanta corrupción, tanta tomadura de pelo, tanta indiferencia. El peligro es el populismo, que ojalá no se instale en el corazón colombiano.
Una imagen no vale más que mil palabras, pero dice que ya ha sido suficiente, que nadie es digno de la confianza de la sociedad, que todo el mundo es tan basura que se merece su lugar en el vertedero. Cuando una imagen es totalizadora, lo que se puede esperar es que, aceptada por la mayoría, se produzca el caos. Los que crean que es exagerar, que miren a nuestros vecinos.
Todos tenemos que salir del tinaco. Panamá no debe creerse esta imagen, pero es tan cierta que, si no nos ponemos manos a la obra, la única salida que verá el pueblo es revolverse contra los que llevan años traicionando su confianza. Y es cosa de todos, lo dice la imagen: hay que comenzar a salirse de esta terrible realidad.
Opinar no es hacer bullying al gobierno. Me acojo al optimismo crítico, voy a ejercer mi derecho y deber de cuestionar lo que crea que está fuera de lugar. Me asiste la libertad y la responsabilidad que, bien visto, son los ingredientes de eso que llamamos “hacer patria”.
El autor es escritor