Tal y como van las cosas en este país, la próxima jubilación estrella será, sin lugar a dudas, la de las máscaras, que se van quedando sin trabajo por la caradura de la mayoría de los políticos y demás fauna y flora que puebla nuestras instituciones. De seguir así, ni para los carnavales harán falta las típicas máscaras.
Porque se impone el rigor corrupto, esa nueva facultad del cínico político que, siendo consciente ya sin ambages de su situación y de llevar años ejerciendo con solvencia impune su “negocio” con el dinero del Estado, no teme confesar que sí, que es verdad que se es corrupto, pero lo es al servicio de la patria, logrando así dos cosas: blanquear su clientelismo ladrón y convencer a los ciudadanos de que es por ellos.
Pagar bolsas de comida con dinero público no es corrupción como no lo es no presentar las planillas, nombrar familiares y amigos en cargos públicos, figurar en más de una comisión cobrando varios sueldos, o proponer leyes que van contra lo más básico, que es el prójimo y la razón. Van convenciendo a los electores que toda esta robadera es hacer patria. Y hay quien se lo cree porque los colores coinciden con el partido al que votaron.
El verano debe refrescar nuestro criterio. Dele una brisita de lectura y luego, levante la vista y repita: toda corrupción es un delito, da igual el color del partido. No nos permitamos que nos mientan sin máscara y a lloriqueo pelado en la Asamblea y demás instituciones, diciéndonos que “robar pero hacer” es una consigna democrática.
Si las máscaras se confesaran, al estilo de Mishima, aquí no quedaría de pie casi nadie, pero ahora se lleva lo natural, el robo a la cara pero con cariño, con voz de pueblo, para que las máscaras inútiles no tengan cabida ni en los carnavales que se nos vienen encima, dejándonos a todos con cara de tonto.
El autor es escritor