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La literatura infantil como exploración y descubrimiento

La literatura infantil como exploración y descubrimiento
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El Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil se celebra el 2 de abril desde el año 1967, con motivo del nacimiento del escritor danés Hans Christian Andersen.

La literatura infantil y juvenil es uno de los géneros literarios más difíciles y fascinantes en el maravilloso mundo de la lectura. Difícil, porque escribir para niños requiere no solo de las competencias básicas de la escritura que todo escritor debe conocer; también necesita adentrarse en el imaginario infantil para comprender la lógica del niño y la identidad de los jóvenes. Fascinante, porque la literatura para niños y jóvenes la disfrutamos todos, grandes y chicos, tal vez mucho más los adultos. Es probable que su capacidad de encanto sea uno de sus atributos.

Históricamente, la literatura infantil fue un género que tuvo momentos en los cuales se tenía dudas dentro de qué nicho de la teoría literaria podía encajar porque estaba marginada del canon. Hoy, con las nuevas tecnologías, se le ha posicionado dentro de otros espacios con nuevas posibilidades, pero con otros escenarios que la podrían encasillar en el ecosistema de las industrias culturales. En Panamá, tal vez esto no es todavía visible, porque, irónicamente, la literatura infantil carece de espacios puntuales, lo que la hace pasar inadvertida.

Lo que sí sabemos es que cada vez que nace un libro para niños que reúne las virtudes de una buena obra infantil y que, dentro de la teoría y la práctica literaria, logra alcanzar un discurso digno donde el hecho estético nos ayuda no solo a imaginar realidades posibles, sino a mirar y descubrir muchas cosas que, por andar tan rápido en el mundo, ya no apreciamos, es una especie de milagro.

Cuando descubrimos un libro bien escrito, que nos ayuda, por su riqueza de lenguaje, a establecer comunicación con otros discursos, porque ese es uno de los atributos de la buena literatura; cuando esa literatura logra ampliar nuestros criterios, nuestra percepción de los valores y la cultura del otro; a persuadir de que algunas cosas pueden salvarse en medio del caos; a descubrir la capacidad de admirar otras prácticas simbólicas, y si ese libro maravilloso que hemos hallado, y que antes había nacido en la soledad de un proceso creativo y al que ahora se nos permite entrar con permiso, si ese libro fue escrito para niños, les puedo asegurar que estamos frente a algo parecido a un milagro.

No es fácil escribir para niños y no es nada fácil estudiar la literatura para niños. Se hace más difícil porque, y esto lo sabemos los que trabajamos con el género, no tenemos espacios idóneos para dar a conocer el acervo, ni existen medios científicos como revistas para analizar este género literario; también carecemos de espacios institucionales y políticas de Estado para promoverlo. Lo único que parece que tenemos son lectores en potencia, que están pidiendo a gritos, de manera invisible, leer historias fascinantes, y esos lectores están en las salas maternas de las clínicas, en las aulas de clases de los grados iniciales y en los hogares de los panameños. Por eso es un milagro cuando aparece un libro escrito para niños.

Hace poco, un amigo periodista me preguntaba por qué este género es tan difícil. Le contesté que considero que todos los géneros son complicados, pero que, en efecto, escribir para niños es más complicado, sobre todo si no se está conectado con el imaginario infantil.

Creo que si alguien quiere escribir para niños y concibe al niño como un ser incapaz de leer productivamente o sólo le preocupa transmitir moralejas, con un lenguaje cuya sencillez raya con la estupidez y busca no sólo enseñar, sino proteger, llena el perfil de lo que Graciela Montes ha llamado una “literatura de corral”, sin poder de persuasión y sin capacidad de crear incertidumbre, porque el principio de incertidumbre también está en la literatura infantil, que no es lo mismo que la ambigüedad.

La buena literatura infantil explora las posibilidades de la vida; respeta al sujeto niño como criatura total; como sujeto de una cultura con posibilidades; portador de un presente donde las pasiones humanas no son tabúes. Esta concepción del imaginario de infancia permite al autor escribir historias sin moralejas y didactismos que entorpezcan la acción de sus personajes y la misión para los que han sido creados. Festejamos el día mundial de la literatura infantil y apelamos a una literatura que descubra y explore la vida.

El autor es escritor


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