Encontrándose el ejército alemán luchando en tres frentes contra los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, y en retirada frente a los rusos, el general Rommel propuso al alto mando alemán cambiar de táctica en el frente oriental. En vez de tratar de igualar a los rusos en producción de tanques (costosos, complejos, difíciles de transportar), propuso producir masivamente lanza cohetes antitanques (baratos, simples, fáciles de transportar). Rommel era consciente de que era una táctica defensiva (siendo él promotor y eficaz en la ofensiva), pero esa era la situación del frente en ese momento.
En la guerra, la táctica (la confrontación), debe ser dictada por la situación, sea esta ofensiva o defensiva. La estrategia (el plan para ganar) también es necesaria. Sin ambas, la victoria sería encontrada, no buscada. Se dependería de la suerte o la capacidad de improvisar o de liderazgos pasajeros. En la pandemia, la estrategia es la vacuna. Pero, ¿cuál es la táctica?
Recién llegó el virus, el gobierno nacional estaba a la ofensiva. Se asesoró, delegó funciones y actuó decididamente. Tuvo un éxito mundial (cuarentena y ley seca, que le quita el combustible a las reuniones). Pero ahora, ante la necesaria apertura, estamos a la defensiva (el virus ya llegó hasta el punto más recóndito de la geografía nacional) y no se ha cambiado la táctica. La consecuencia es que tenemos una relación de muertes vs. población de las peores del mundo.
Hay que cambiar la táctica levantando las restricciones a la movilidad -excepto a las personas con morbilidades- pero armando a todos con un dispensador aéreo de alcohol para las manos (tubitos pequeños, “a la Rommel”) con la instrucción de usarlo 60 veces al día. Una vez cada 20 minutos. No nos podemos estar lavando las manos cada 20 minutos, pero sí podemos untarnos alcohol (se evapora) en las manos cada 20 minutos. Los hombres los llevaríamos en los bolsillos y las mujeres en las carteras (algunas de ellas, de hecho, ya lo hacen). El gobierno los entregaría para ser repartidos gratuitamente en buses, taxis, Metro, supermercados, farmacias, hospitales, puestos de salud.
La pandemia es una guerra. La guerra se gana con análisis, recursos y una motivación. (En la batalla de Azincourt, día de San Crispín, un puñado de anglosajones derrotó a todo un ejército francés). Al virus ahora sí lo conocemos y el gobierno ya tiene los recursos. Haría falta la motivación. Pero resulta que también la tenemos: los jóvenes (58) estamos desesperados por salir a trabajar, estudiar, jugar, pasear.
Pongamos de moda el spray. Antes de saludarnos, echemos spray en las manos del saludado. Y viceversa. En esas circunstancias, armados y motivados, abrir la economía en su totalidad no sería propagar el virus sino confrontarlo.
El autor es abogado
