Hablar claro es una forma de respeto. Y también de afecto. “Fieles son las heridas del que ama”, dice Salomón, y la sabiduría a pie de calle afirma que “quien bien te quiere te hará llorar”, lo que puede resumirse en un concepto que en política es fundamental: transparencia. No decir la verdad es, por definición, mentir.
La sombra de esta pandemia llega más allá del último día de cuarentena. Se alarga hasta la pérdida de empleos, hasta los cierres de escuelas, negocios y una caída de consecuencias catastróficas de la que no nos quieren informar. Es tan larga la sombra y tan profunda su huella, que los que gobiernan no son capaces de describirnos lo que se nos viene encima.
Tampoco nos hablan de los gastos injustificados, compras “brujas”, rarezas en la gestión de esta gran emergencia, ni de los planes económicos y políticos para cuando lo sanitario se solvente. Parece ser que, en este país, la “nueva realidad” va a ser la misma vaina de siempre pero con una etiqueta nueva que nos va a salir carísima.
Enturbiar es una vieja estrategia, muy de moda en muchos países en estos días. La política no está en cuarentena ni sus agendas para el desastre. El “quédate en casa” está sirviendo para redefinir estrategias que refuercen la corrupción, y no para acortar la sombra de la crisis que nos amenaza: no es sólo salud, es también economía.
Es hora de aprender que la mentira en política no es tolerable, que cuando a un candidato se le vota es para que administre, no para que se enseñoree. Tenemos derecho a quejarnos, pero también tenemos que aprender a vivir con las consecuencias de lo que votamos y a ser lo suficiente maduros para, si no se nos dice la verdad, exigirla: la rendición de cuentas es un derecho al que nunca debemos renunciar y que los gobiernos, de ahora en adelante, tienen que aprender, al igual que el respeto a la libertad de expresión.
El autor es escritor