Una destacada trayectoria en la judicatura y la administración colonial le ganó a Julian Pauncefote el premio mayor de su carrera. En 1888, el gobierno británico lo designó enviado extraordinario (luego, embajador), en Estados Unidos. Años después, en 1899, la reina Victoria le concedió el título de barón Pauncefote de Preston, a partir de lo cual fue conocido como Lord Pauncefote. Murió en Washington, en 1902, en ejercicio de su cargo diplomático.
Poco es lo que sabemos los panameños sobre Julian Pauncefote. Entre quienes recuerden alguna clase de historia en el colegio secundario, la mayoría no sabrá pronunciar su apellido. Aún así, sus actuaciones en nombre del gobierno británico fueron instrumentales para determinar nuestro desenvolvimiento en los últimos 120 años.
A principios de 1900, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Hay, convocó a su despacho al embajador Pauncefote. El gobierno estadounidense deseaba actualizar los términos de la convención sobre un canal interoceánico, firmada en 1850 (Tratado Clayton-Bulwer).
Hay, por cierto, no era un pelafustán, como lo presenta una obra musical recientemente puesta en escena. Jurista de sólidas credenciales—al igual que Pauncefote—inició su carrera en el servicio público como secretario privado del presidente Abraham Lincoln (1861-1865). Fue embajador en varios países y, en 1898, el presidente William McKinley (1897-1901) lo nombró secretario de Estado. Al igual que Pauncefote, falleció en el ejercicio de su cargo, en 1905.
Pauncefote y Hay compartían una vocación por servir al interés nacional de sus respectivos países, tomando siempre en cuenta el equilibrio de poder. En este sentido, ambos se consagran como maestros de la realpolitik, definida por el Diccionario de la Lengua Española como una política “basada en criterios pragmáticos, al margen de ideologías” o principios morales.
Era el caso que, tras la guerra hispano-estadounidense de 1898, fácilmente ganada por Estados Unidos contra España, creció en Washington la aspiración de construir un canal interoceánico en el istmo centroamericano. Pero el Tratado Clayton-Bulwer precluía el control unilateral y la fortificación de dicha vía por cualquiera de los dos firmantes. Esto contrariaba las aspiraciones de grandeza del presidente McKinley. Para cambiar el statu quo, tendría que arrebatarle al imperio británico, la principal potencia del momento, el privilegio de participar en la empresa interoceánica.
El 5 de febrero de 1900, Pauncefote y Hay firmaron un tratado mediante el cual el Reino Unido accedía a que Washington construyera el canal por su cuenta, pero mantenía el impedimento a la fortificación unilateral por Estados Unidos. El Senado estadounidense modificó el texto para permitir que Estados Unidos erigiera defensas a lo largo de la ruta y así lo aprobó, en diciembre de 1900. El gobierno británico, sin embargo, no admitió los cambios.
Casi un año después, el 18 de noviembre de 1901, Pauncefote y Hay suscribieron un segundo tratado en el cual el Reino Unido se allanaba al deseo estadounidense de establecer puestos de defensa a lo largo de la vía. A cambio, Washington se avino a permitir el paso de buques británicos por el canal en iguales condiciones que los barcos estadounidenses.
El acuerdo se logró por vía diplomática, basado en un pragmatismo puro y duro, tomando en cuenta el incremento del poderío estadounidense y su hegemonía en la cuenca del Caribe, la sobre extensión de los intereses británicos a lo largo del mundo (lo cual hacía difícil que Londres asumiera nuevos compromisos en América), y la necesidad de forjar una alianza para enfrentar la creciente amenaza alemana.
El Tratado Hay-Pauncefote situó al istmo más claramente en la órbita estadounidense y abrió el camino directo a la terminación, bajo dirección de Washington, del canal iniciado en el istmo en 1880 por Ferdinand de Lesseps. El 18 de noviembre de 1903, dos años después de la firma del segundo (y exitoso) acuerdo entre el secretario de Estado y Lord Pauncefote, Hay y un ciudadano francés, de ingrata recordación, suscribieron un acuerdo que nos subordinó perpetuamente a la dominación estadounidense, en aras de la construcción de la vía acuática.
En la actualidad, ya liberados de esa atadura, aún sufrimos la toma de decisiones sobre asuntos que nos atañen, por entidades políticas, mercantiles o criminales extranjeras. Para el ojo avizor, las lecciones del Tratado Hay-Pauncefote no tienen desperdicio.
El autor es politólogo e historiador y director de la Maestría en Relaciones Internacionales en Florida State University, Panamá