Hace años decidí escribir 20 de Diciembre con mayúsculas. La magnitud de aquella tragedia lo exige como una muestra gráfica del dolor enconado en el alma desde aquel 1989, en que el ejército de los Estados Unidos nos robó para siempre la minúscula del diciembre navideño.
También escribo Invasión con mayúsculas y sin la atención de las comillas: la i se yergue hacia el cielo invocando con fe gastada una protesta por los días que se suceden sin justicia ni reparo alguno. La ortografía como un acto de protesta, como una invitación a la pregunta para tener motivos para la pedagogía, para no dejar caer en el olvido aquel diciembre transformado en una honda expectación de sombras.
También Duelo va en mayúsculas en mi calendario, hace años, en negro, para recordarme cada 20 de Diciembre que aquella no fue ninguna liberación, le pese a quien le pese. Por mucho tiempo y olvido que nos quieran imponer, aquello fue una masacre que ningún pueblo se merece. Los pueblos que olvidan su historia no están sólo condenados a repetirla, eso es lo de menos: están condenados a que les escriban otra para someter su voluntad. Y allí estamos los panameños.
Deberíamos escribir Olvido en mayúscula para denunciar el institucional y educativo, y para recordar que es una palabra peligrosa y mortífera: matamos aquello que no recordamos, aquello que colocamos en nuestra lista de prescindibles, de pequeñeces inocuas por lejanas. Pero aquello ocurrió: nos mataron en nombre de una falsa justicia.
Vuelvo a mirar el grabado “20 de diciembre de 1989”, del inmortal Julio Zachrisson que acaba de dejarnos: siempre me ha parecido un pequeño Guernica, donde toda la muerte y la tristeza caben en blanco y negro, grabadas como testimonio para que el Olvido no termine arrasándonos y haciéndonos esclavos de una memoria ajena.
No prohíbo olvidar. Exijo que hagamos memoria. Reclamo mayúsculas para escribir nuestra tragedia y para vencer el Olvido que estamos siendo.
El autor es escritor