Las personas que marcamos tarjeta en la cuarta edad, recordamos las playas de ciudad de Panamá, Santo Domingo, Calidonia, Bella Vista, Peña Prieta, Miramar, Paitilla, San Francisco... Un collar de perlas adornaba la ciudad para solaz de bañistas, pescadores, todo el pueblo, hasta que a partir de 1940 la costa se tornó insalubre porque en la vorágine de la postguerra, esta ciudad fue atacada por una serpiente.
El veneno del reptil causó la enfermedad del desenfreno, los funcionarios se tornaron indolentes o venales, permitiendo disparates como acoplar aguas negras a las colectoras de agua de lluvia y también se hicieron de la vista gorda frente a la construcción de edificios y miles de viviendas fuera del control del Instituto de Vivienda y Urbanismo (IVU, 1958). Por más de medio siglo se han erigido industrias, comercios y residencias que vierten sus excretas en alcantarillas pluviales, directo a los ríos que cruzan las áreas urbanas, Cárdenas, Curundu, Matasnillo, Matías Hernández, Juan Díaz, Tapia y Tocumen.
Por fortuna, en el año 2005 arrancó el programa de tratamiento de aguas residuales, que pronto se convirtió en columna vertebral del Proyecto de Saneamiento de la Bahía de Panamá. Bajo la cinta costera se instalaron alcantarillas colectoras y equipos de bombeo; en Paitilla enlazan con el gran túnel interceptor de tres metros de diámetro y ocho kilómetros de longitud, que lleva los desechos hasta la planta de tratamiento de Juan Díaz. Doble fortuna es que las obras iniciadas en el gobierno de Martín Torrijos fueron continuadas durante las presidencias de Martinelli y de Varela.
Transcurridos 15 años de iniciado el proyecto de saneamiento, el ingeniero Rafael Díaz, coordinador del proyecto, estimó que la calidad del agua ha mejorado un 40%. Es cierto, pero salvo un milagro, nadie ha explicado cómo impedir que continúe el daño al medio ambiente, principalmente de quebradas y ríos, causado por los mismos –y nuevos- negocios y familias que durante décadas han vertido sus desechos en áreas públicas, violando las reglas de urbanismo y sanidad. ¿Quién sabe cómo detener este abuso?
Nadie puede tapar el sol con las manos ni ordenar por decreto que se suspenda la ley de gravedad o que siete ríos podridos descarguen sus aguas en la bahía de Panamá. Principalmente por esa razón vemos difícil que José Luis Fábrega, alcalde de la noble ciudad de Panamá, pueda bañarse en las playas que anhela construir entre el río Matasnillo y el Mercado del Marisco. Con suficientes millones se puede comprar tecnología tipo NASA, fabricar varias playas y mandar un cohete a la luna, pero el diablo en sus pactos exige un precio muy alto.
En mi último viaje al país del nunca jamás conocí un resort con mirador, restaurante-bar, monitos, juegos brincabrinca, kioscos y playa artificial de nombre Viva Argentina, con un letrero pintado en color amarillo y letras oscuras: Balneario Contaminado Prohibido Bañarse.
El autor es ciudadano