Por eso, hoy, debemos dejar muy en claro algo sobre esta triste camarilla que se acaba de ir, escurriéndose por la puerta de la cocina, como ladrones. Han dejado al país sumido en vergüenzas y en escándalos imperdonables. Han traicionado a los que creímos en ellos y nos dejan un país mucho peor que el que encontraron (y que ya estaba bastante mal). Parece francamente inaudito y cínico que tengan el coraje de decir que van a volver al poder. La coalición saliente ha hecho méritos para muchas cosas: para ser auditados, para ser denunciados y escarnecidos, para ser llevados ante la justicia y, seguramente, para ser castigados con toda la severidad de la ley. Pero no para ser premiados con la confianza ciudadana, nuevamente. Están locos o la soberbia les obnubila el seso. O se están burlando de nosotros, otra vez.
Por otro lado, el panorama inmediato que nos dejan no está para planear fiestas, ni siquiera para celebrar la partida de esta camada de tunantes. Está por verse cómo el régimen entrante, con la pesada carga de golosos apetitos, de compromisos políticos y de favores pendientes, de indefiniciones conceptuales, de lastres (como muchos personajes de oscuro pasado, que tienen demasiado señorío en este nuevo gobierno), de vulgares cuotas de poder por repartir y de una gigantesca crisis socioeconómica y de una apabullante insolvencia financiera, podrá estar a la altura de sus muchas promesas y de lo mucho que, por obvio y urgente, tendrán que enfrentar sin dilaciones. Las expectativas creadas por ellos fueron demasiadas y no me sorprendería que comenzásemos a oír, rápidamente, la letanía eterna de los pretextos evasivos y de las auto-exculpaciones de siempre, ese infaltable condimento de nuestro folclor politiquero y partidocrático, con el que cada gobierno pretende disculpar sus pecados, sus mediocridades y sus limitaciones. Ojalá esté yo equivocado. En serio que sí. Pero presiento que no. ¿Dejá vú?
Finalmente, esos sectores que, a falta de otro apelativo, se definen a sí mismos (correcta o incorrectamente) como civilistas, no salen exentos de culpa en este examen. Viven empantanados en un cuadro innecesariamente complicado. Superar su situación demandará de acciones valientes, que les deberían forzar a depurarse, a hacer una reingeniería radical de lo que son y de lo que han venido haciendo. Porque hasta hoy, entre ellos ha imperado la falta de liderazgos claros, desprendidos, coherentes y consecuentes. Pesa en ellos la naturaleza antidemocrática de sus partidos representativos (que, en buena medida siguen siendo partidos con dueños, simples cacicazgos politiqueros, cuando no son partidos personalistas, acostumbrados al dedo). Peor aún, atraviesan una involución hacia fórmulas superficiales, que pretender obviar el pasado turbio de personajes que, como buenos camaleones, ahora se quieren reinventar (como si el electorado fuese una masa de amnésicos o de tontos). Así no vamos para ninguna parte. Vertebrar una alternativa viable al PRD, demandará de acciones y fórmulas distintas, verdaderamente democráticas y no de las mismas componendas entre caciques o cúpulas. No de repetir simples permutaciones de lo mismo. Si esto no se entiende y si no se actúa de otra manera, preparémonos todos para volver a morder el polvo de la derrota en el 2009. Otra vez: ojalá que yo esté equivocado.
Todos somos responsables de lo que comenzamos a vivir a partir del miércoles 1 de septiembre. Unos, por haberle dado el voto a este nuevo gobierno. Serán responsables de haberle entregado, otra vez, el poder al PRD, para bien o para mal. Otros, por las actitudes asumidas en el trance electoral y post-electoral, que han dejado en la inopia emocional y en la zozobra a cientos de miles de panameños, debido a sus divisiones estúpidas y demenciales, a sus mezquindades manifiestas, a sus intereses inconfesables. A todos nos tocará vivir y sufrir en un país más pobre, más inseguro, más corrupto y desmoralizado, más ignorante y más deshumanizado que hace cinco años. ¿Cómo fue que llegamos a este punto? ¿Hemos aprendido algo, en verdad, de esta amarga experiencia? Y, sobre todo, enfrentemos la pregunta realmente relevante: ¿qué vamos a hacer, ahora que hemos llegado a este punto de inflexión, a esta zona de no-retorno?