En mi próximo escrito, haré una valoración sobre los primeros datos de la vacuna de Pfizer y de otras que están culminando el reclutamiento de voluntarios en fase 3. Hace unas semanas representé a la sociedad panameña de enfermedades infecciosas en el congreso mundial de la especialidad celebrado en Estados Unidos (IDWeek 2020) de manera virtual.
La organización nos pidió, a numerosos países del continente, una evaluación del curso y manejo de la pandemia desde la óptica del título de esta columna. Lo que más me impresionó del seminario es que todas las intervenciones fueron muy similares en sus valoraciones y conclusiones, dejando entrever las debilidades y fortalezas comunes de nuestras sociedades, sin importar el signo ideológico de sus gobernantes, y las incertidumbres inherentes a una tragedia mundial novedosa, que ha provocado graves consecuencias sanitarias, económicas y sociales globalmente.
Los halagos y ataques a uno de los científicos más respetados, Anthony Fauci, una figura inspiradora para la inmensa mayoría de científicos del planeta, refleja perfectamente lo también sucedido en cada una de nuestras naciones. Unos 15 años de rigurosos estudios universitarios y clínicos se requieren para alcanzar la idoneidad en infectología. A este enorme esfuerzo personal, hay que sumar cinco décadas en el campo de la investigación, con muchos años dirigiendo una de las instituciones de mayor credibilidad en materia de salud: la NIH (National Institutes of Health). Pese a estos grandes logros profesionales, sin embargo, fuimos testigos de su linchamiento público por parte de algunos periodistas y ciudadanos quienes, carentes de credenciales escolásticas, ejercieron un temerario intrusismo académico, desafiando incluso conceptos científicos, sin siquiera conocer el significado de lo que representa un virus. Ellos, de medicina, lo único que saben es enfermarse (Pichel dixit). Resumo lo bueno, lo malo y lo feo acontecido en la región durante los 8 meses posteriores a la declaración de pandemia por la OMS.
Bueno: Rápida conformación de un grupo asesor científico para que las medidas gubernamentales fueran basadas en recomendaciones técnicas. Vigilancia continua de datos epidemiológicos, con análisis de escenarios venideros según modelos internacionales validados, para orientar las estrategias de supresión y mitigación a implementar. Eficiente respuesta de los institutos de investigación para validar e implementar técnicas de PCR, antígeno y serología, ejecutar secuenciación genómica viral, rastrear procedencia de cepas importadas y vigilar el desarrollo de mutaciones microbianas. Realización de gran cantidad de pruebas por millón de habitantes, especialmente en Chile y Panamá. Publicación de estudios de seroprevalencia poblacional en algunos países. Uso de esteroides, anticoagulantes y pronación durante la fase inicial de la pandemia. Elaboración de guías consensuadas y actualizadas de manejo por las sociedades científicas. Conducción de ensayos sobre la seguridad de la transfusión de plasma convaleciente. Disponibilidad temprana de remdesivir en ciertas naciones.
Esfuerzo supremo del personal de salud en mantener cifras bajas de letalidad. Aceptable cumplimiento de la gente en el uso de mascarillas faciales y otras normas de bioseguridad. Incremento y adecuación de las capacidades hospitalarias en el tiempo. Mejoría de la trazabilidad en últimos meses. Participación de la región en proyectos de vacunas experimentales, mediante coalición de investigadores.
Malo: Débil capacidad de respuesta comunitaria (actividades de coordinación, recursos técnicos y humanos, pruebas diagnósticas iniciales) para detección de casos, rastreo de contactos y medidas eficientes de aislamiento (excepto Uruguay y Cuba). Retraso en informar resultados a las personas, afectando el escrutinio epidemiológico preciso y el aislamiento inmediato de infectados. No testeo de contactos asintomáticos. Prescripción de terapias ambulatorias no probadas para la enfermedad leve, por fuera de estudios clínicos rigurosos y en contraposición a las guías de medicina basada en evidencias, divulgadas por múltiples entidades de prestigio mundial (NIH, FDA, CDC, NICE, Sandorf, OMS-OPS, etc.). Politización de las decisiones sanitarias en el tiempo, más populistas que técnicas. Desatención de pacientes con enfermedades crónicas. Creciente activismo de movimientos anti-ciencia y anti-vacunas. Pobre cumplimiento de jóvenes con recomendaciones de bioseguridad. Cambio de autoridades de salud en medio de la pandemia. Deficiente atención gubernamental de las necesidades del personal sanitario. Pobre intervención en programas de salud mental para la población.
Feo: Falta de un sistema informático centralizado y una base de datos compartida entre los actores sanitarios, públicos y privados, para capturar información en tiempo real en plataformas digitales transparentes. Uso de pruebas serológicas no validadas con fines diagnósticos de infección aguda. Impacto negativo de algunos irresponsables “influencers” sobre la supuesta utilidad de panaceas milagrosas (dióxido de cloro, etc.), potencialmente tóxicas. Errónea y conveniente interpretación de gráficas epidemiológicas en medios de comunicación (espejismos estadísticos) por gente ajena al campo científico. Falta de transparencia de autoridades políticas en compra de equipos e insumos sanitarios a precios inflados. Violación de restricciones ministeriales por miembros del propio gobierno o partido en el poder. Aprovechamiento de la cuarentena para actos de presunta corrupción.
Como decía Carl Sagan: “Cada esfuerzo por clarificar lo que es ciencia y de generar entusiasmo popular sobre ella es un beneficio para nuestra civilización global”. No perdamos el rumbo aunque tengamos que enfrentar poderosos intereses de fondo. A futuro, alguien lo agradecerá…
El autor es médico