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Reconocimiento

Los 80 años de Aristides Royo

Hay seres humanos que marcan la vida nacional de los países sea por las responsabilidades que desempeñaron, sea porque la biografía vital que han exhibido coincide en parte con el desafío colectivo de la sociedad a la cual pertenecen. La frase no es mía, sino del columnista chileno Carlos Peña.

Ambas circunstancias, ilustradas por Peña, se abrazan y encuentran expresión y sintonía en la persona de Aristides Royo que acaba de cumplir 80 años.

Presidente, embajador, hoy ministro y, antes que todo aquello, negociador de los Tratados Torrijos-Carter. También abogado, cinéfilo, profesor de Derecho e impenitente lector y conversador.

Conocedor versado de Andrés Bello y Napoleón, y de la historia de su país y la del mundo como la suya propia.

Hablar con Aristides Royo no es una clase discursiva o vertical sino un sereno devenir de anécdotas, aprendizajes y conocimiento.

Y es que pocos personajes logran protagonizar más de medio siglo de innegable registro histórico en su nación, y Royo es uno de ellos.

Recordemos que a Aristides Royo le tocó iniciar el tránsito del poder militar al poder civil. Mucho se ha escrito sobre esa época que abría sus primeras rendijas de la transición. Y mucho más tendrá que decirse en la perspectiva del tiempo no siendo este el momento de hacerlo.

Y es que luego de más de seis años en esta tierra he conocido a muchos panameños en un exquisito crisol de procedencias políticas, culturales y sociales.

Y no son tantos, mas bien unos cuantos, los que tienen como Royo el aura que acompaña en la vida a ciertos ciudadanos que caminan conscientes del devenir de sus propias naciones. El aura que excede incluso la inmanencia de su presencia física.

Como si cuando hablaran lo hiciera la misma memoria histórica a la cual adscriben. Como si cuando opinaran lo hicieran pensando en cómo se escribirán las páginas de la historia cuando ellos ya no estén presentes.

Royo cumplió 80 años. Y lo hizoen un grado de lucidez y compromiso con Panamá que lo convierten en un personaje que no hay que perder de vista.

Y concédanme la indulgencia de dos anécdotas.

Conocí más íntimamente al ministro y ex Presidente en un almuerzo en mi casa, junto al ex Presidente Ricardo Lagos (estadista chileno de fuste) y al ex Presidente Martín Torrijos y nos sumergimos en un exquisito relato de cómo se habían implementado los Tratados Torrijos-Carter. De esa larga conversación, y algunas otras que hemos compartido con vino chileno, concluí que Royo ha sido uno de los artífices de la política exterior panameña.

Pero cuando más me impresionó fue en una ocasión en la que me invitó a exponer a un conversatorio sobre Andrés Bello (insigne venezolano, nacionalizado chileno) en la Academia Panameña de la Lengua, dirigida por Royo.

Como abogado chileno llegué confiado en que mi conocimiento historiográfico de Bello sortearía con solvente holgura la exigencia del encuentro organizado. Y me equivoqué.

Me encontré con un Aristides Royo que no sólo albergaba detalles inéditos de la vida de Bello sino que incluso podía citar pasajes del Mensaje del Código Civil chileno, su obra más fecunda. Enhorabuena que ese día, un lunes 27 de junio del año 2016, aprendí un poco más sobre Andrés Bello gracias a un panameño.

Así las cosas, y dispensando el anecdotario, Aristides Royo ha alcanzado la buena edad de 80 años que lo hacen un hombre grande, mayor se diría en derredor, pero actualizado y consciente como pocos.

Consciente de los desafíos de Panamá y de su Canal. Del rol que juegan ambos en el mundo. Con una mirada clara y fundada de los acontecimientos presentes sin descuidar la reflexión sentenciosa y aguda del futuro.

Con una tesis nítida de cuáles han sido las tendencias que han marcado el orden global en los últimos 30 años y, al mismo tiempo, con una visión pragmática de las tensiones que nos apremian en un mundo en “modo Covid”.

Hombre vigente y prolífico en la región y el mundo, Royo tiene eso que algunos llaman visión de Estado. Otros lo nominan cultura. Quizás en su caso se trata de ambas.

Que estas líneas sean entonces un ligero y respetuoso silbido al oído de panameños y panameñas en la atención a un compatriota.

Porque más allá de la política, de la ideología y las adhesiones, Aristides Royo ha sido un actor de primer reparto en la historia del istmo de los últimos 50 años y eso es un innegable llamado a la conciencia.

Un llamado de que se puede servir al país hasta la madura existencia con dignidad, sin importar haberlo hecho antes en la más alta investidura, y con la resiliencia de hacerlo sin su compañera de toda una vida, Adela, quien partió cuando se le confiaba un nuevo encargo público.

Que sean también estas líneas un respetuoso recordatorio de que los países deben leer y revisar siempre su historia, con sus luces y sombras, no solo para no olvidarla y repetirla, sino para ganar libertad.

Esa libertad que no es provista ni por la fama, la fortuna, el dinero o el lujo, sino por el conocimiento.

Ya nos decía Foucault que se es libre cuando se sabe y Aristides Royo sabe como el que más.

El autor es abogado, profesor y ex embajador de Chile


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