DEBATE.

¡Cómo que no!

En días pasados se publicó la carta de un lector que, habiendo vivido y resuelto su propia crisis existencial en asuntos de fe, reclamaba a los editores de La Prensa que cesaran los artículos de colaboradores en que se ventilan inquietudes similares.

¡Pues no! He aquí a otra lectora, y disiento de tal pretensión. Personalmente, doy gracias a los hados de vivir en una época histórica cuando el ideal libertario hace posible cuestionar cualquiera de los cánones humanos.

Octavio Paz, genial poeta y pensador mexicano, dijo en algunas líneas que el siglo XX, y con mayor razón el actual XXI, era el siglo del pensamiento crítico. Y añado, que por esa misma razón, estamos en una era muy prometedora para la evolución y el progreso del ser humano.

Ahora, ¡por fin! y porque se ventilan, podemos exigir que se conozcan y castiguen los sucios secretos de la Iglesia católica que han venido dañando a tantos de sus fieles impunemente; que los gobiernos corruptos dejen de existir colocando sus manejos a la vista de todos; que se reporten los abusos de maridos contra sus mujeres, de padres contra sus hijos, de maestras contra los alumnos, de patronos contra los empleados, pues ahora, por primera vez en la historia, todos ellos pueden acudir a la ley para impugnar a los malhechores.

Este cuestionamiento visible y compartido puede inquietar a los que disienten con una posición dada. Pero es tan necesario y saludable para el avance de nuestra especie como abrir un absceso para que comience a sanar una infección.

Una limpieza racional de todas las instituciones sociales sin reductos prohibidos es conveniente, saludable y necesaria. ¡Hablemos de los dogmas y creencias! De las costumbres sociales que se violan, quizás porque ya son atávicas; de las formas de los vínculos humanos, de todo!

Analizar, discutir, discrepar y proponer públicamente, como en el ágora de los griegos antiguos, con la luz de muchos ingenios, es un fenómeno maravilloso de vivir y necesario para la humanidad que ha entrado en una fase acelerada de su evolución.

A ese lector, y a la defensora que, para mi renovada desilusión con su desempeño, expresó su propia querencia al respecto, les respondo: ¡más bien brindemos por las inquietudes que brotan en tantos cerebros, por la libertad que tenemos de expresarnos, y por la tolerancia al cambio que contribuirá a abrir nuevos y mejores caminos para la raza humana!

La autora es escritora, abogada y periodista


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