Tal como actúan los glóbulos blancos en el organismo humano en defensa de la salud ante la presencia de cuerpos patógenos foráneos, asimismo es la respuesta natural de los ciudadanos de cualquier pueblo ante la presencia de extraños invasores. Le rodean y combaten, a costa de perder cuanto combatiente sea necesario, ya que el objetivo final consiste en aislarle y expulsarle, para que no ocasione la toma de las áreas sensibles del órgano defendido, que en los humanos es el territorio que habitan.
En esta forma actúan los seres que han conocido los valores, los principios y la defensa de la soberanía, que no es más que un espacio del orbe, que ha sido poblado por generaciones y cuyo lugar ha fertilizado con sangre y sudor para el beneficio colectivo. Son pueblos o naciones camitas. Los que heredaron la sangre de Cam, hijo de Noé, quien tuvo como fundamento de vida, crear ciudades Estado con el aporte de la capacidad, la tecnología y el conocimiento de la astrología, sin tener que vivir invadiendo y usurpando las riquezas de otros que trabajen en otra villa o lugar.
Contrario sensu, “divide y vencerás” es la tónica conocida de los pueblos semitas (invasores), quienes dentro de sus estrategias se hacen acompañar de malinchistas, estos últimos denominados así, por ser seguidores conspicuos de la servil entrega que descolló en México en la figura de la indígena náhuatl Malinche, compañera de cobijas del conquistador español Hernán Cortés, por quien gracias a sus informaciones y detalles facilitaron la conquista del Imperio Azteca.
El miedo que les produce a estos seres entreguistas, la presencia de potencias poderosas, los lleva a ceder la libertad que es la dignidad más preciada, a cambio de migajas de cuotas de poder que le permitan los ocupantes. Obteniendo, por esa vía, espacios de mando que jamás serían logrados producto de la voluntad popular o por hechos relevantes. La mayoría de las veces, nos referimos a individuos resentidos o ansiosos de poder.
No son ciudadanos que nacieron con la rebeldía natural indómita, más bien son mutantes sometidos que coquetean, cual profesionales vedetes, ante cualquier grupo foráneo o local que les amenace. Dispuestos siempre estarán, a facilitar posesiones y bienes a quien les garantice un nivel social y prefieren unirse en parentela o entregar a sus doncellas a los conquistadores, con el fin de preservar lo que consideran un don especial y es su mentalización de “supuesta raza superior”. Naturaleza propia de lacayos, que en los tiempos de la Persia imperial se les denominó sátrapas. Seres cuya médula de las cápsulas suprarrenales no les segrega esa hormona conocida como adrenalina y se pasan su vida esperando en el puerto para ver llegar las naves con los guerreros exóticos, que le permitan coronar sus pútridas esperanzas. Pústulas humanas, que anidan mezquinos deseos de desnaturalizar el propósito de defensa de la piel en todo cuerpo, que es servir de barrera de contención. Son los mismos que ofrecen sus hijas a los bárbaros invasores, como tributo a la conquista asestada a su pueblo y como ofrenda a ver si pueden ser tratados como vasallos.
Liliputienses, aduendados, cuyas serenatas cotidianas se encuentran preñadas de odios iracundos y viciosos, sin las mínimas esperanzas de pertenencia a la sociedad en escala horizontal, sino que trepan reptando en la cúspide del vértice superior, cómo única forma de ser percibidos. No compiten a igual condición para lograr la luz, sino que se convierten en plantas parasitarias y trepadoras que viven de la sabia ajena producida y se creen que dicho lugar les corresponde por la providencia divina.
Vanidosos y fantasiosos, cuya ambición es enfermiza y pretendientes a engrandecer con aplausos la humillación de la inteligencia y el valor. Se arrastran ante lo que le brinde supuestas grandezas a su vida y la misma, la dedican a espiar el desarrollo del pensamiento y la capacidad. Para con una puñalada trapera de buen guabino, guachapear la transparencia del agua y al enturbiarla, puedan capturar la mayor cantidad de peces.
Esos son los chacales facinerosos que se presentan ante ti como mesías contemporáneos. Son propietarios del partido y de la hacienda; de los medios de comunicación y del control de los espacios de la vida pública; alabarderos por excelencia del bien mal habido y seductores del trabajo tesonero ajeno, para traerlo a su molino, ofreciendo su chequera abierta en un desparpajo de opulencia, que avergüenza la necesidad de un pueblo golpeado y despojado de lo que le corresponde. Han cohabitado con unos y con otros y osan llamarse innovadores, representativos de la pulcritud y de inmaculada figura.
Gamberros, alborotadores de las miserias humanas que dicen llamarse políticos y no pasan siquiera el cedazo de politiqueros, ya que son la antítesis de dicha ciencia. Gracias a tales individuos, el sistema regional está preñado de vicios e inmundicias y su gula por el poder no tiene límites. Son esos que elaboran las constituciones y las leyes, a su talla y los intereses de su encopetada familia. Son los mismos que no encuentran diferencia entre el peón de su finca agrícola y el afiliado de su partido.
De ti depende pueblo instruido, que no se te burlen una vez más creyendo que eres lego, y de una sacudida expulsemos a estos fariseos de templos de nuestro Estado y enterremos la indiferencia con que nos han acostumbrado a pasar los hechos notorios, que nos afectan para lograr una vida decorosa. Sepultemos a los charlatanes de la ocasión y retomemos el control de nuestra vida republicana, con el desarrollo de más cabildos ciudadanos, en donde se debata por dónde se ha de conducir nuestro futuro.
