Mano a mano



El día empezó como cualquier otro día. No imaginaba lo que me esperaba. Las noticias, rutinarias, las de siempre, crímenes, violencia, asaltos. Solo cambian los nombres de las víctimas, niñas, jóvenes mujeres, hombres indefensos, maleantes; ayer fueron Juan, Roberto, Elisa, Carmen o Ana; hoy, José, Elena, Isabel, Francisco. Demasiados nombres, demasiadas víctimas. Por el lado de la política, lo mismo; otra vez el feo rostro de las picardías electoreras, esta vez las pretensiones del diputado Franz Wever, de cambios nefastos en la ley electoral para permitir “mudanza” de electores que le favorecerían una candidatura más económica y cómoda en un circuito en el que no reside. Y los diputados con ganas de hincarle el diente a las partidas circuitales, piñata para campañas electoreras de clientelismo corruptor.

Los tiranos del transporte siguen teniendo la sartén (diputados) por el mango; y no tranquiliza el veto parcial del presidente Torrijos, que pasa por alto el descaro de cupos heredados y absurdas indemnizaciones a los abusivos transportistas. Los niños en las comarcas indígenas mueren por carencia de atención médica y precarias condiciones de vida, pero un alto funcionario de la Caja de Seguro Social recibe tratamiento VIP, cinco estrellas, nada inusual, ¡para nada irregular!, "Salud igual para todos", según Luciani, director de la CSS. El país vive una bonanza económica que genera riqueza sin poder atomizador, que no riega bien. De vez en cuando aparece alguna noticia que reconforta. Como que el Instituto para la Formación Profesional y Desarrollo Humano (Inadeh), gradúa 114 operadores de equipo pesado y sigue capacitando a muchos ciudadanos que desean superarse para ganarse la vida con trabajo honesto. Es magnífica noticia que importantes empresas extranjeras se instalarán en Panamá, país con gran potencial para que el desempleo y la pobreza dejen de ser cifras alarmantes.

Pero en cuestión de minutos, aquel día rutinario dejó de serlo. Verán. Mi auto estaba en el taller, así que salí a la calle y detuve un taxi; abrí la puerta, me senté y le dije al conductor que, por favor, (siempre por favor) me llevara a Marbella. "Yo no voy para allá", respondió. "Pues, señor, allá es a donde yo necesito ir". "Va a tener que bajarse porque para allá no voy". Apagó el motor, se bajó y fue a abrir el maletero del auto; volvió a entrar y me repitió que me bajara. ¡Y me salió el indio que heredé de mi abuela nicaragüense! "Pues no me bajo, es su obligación llevarme y es servicio por el que pago". Volvió a salir de auto y yo adentro, fija en el asiento como si me hubieran pegado con cola; en vista de que ya había alzado el tono de voz y de que soltó una palabra altisonante, le advertí que iba a llamar a la policía; marqué el 104, expliqué mi situación y le anoto un poroto al gentil policía que me atendió: me pidió mantener el celular abierto para estar al tanto de la conversación, y la dirección del lugar donde estaba. Aquí, la segunda parte interesante en este incidente: "Estoy en Vía Tal, Nuevo Reparto El Carmen". "¿Y dónde, más o menos, queda eso?" "A pocos metros de la Calle Tal, prolongación de Vía Brasil, como quien va para la Transístmica". "¿Y hay por allí algún negocio que me pueda dar de referencia?" "Sí, a una cuadra de la Bodega Tip Top". Bueno, señores, para qué seguir con nuestra nomenclatura, pues además de ser la Calle Tal, o Vía XXX, es conocida como "la calle curva que está cerca de la casa de Mano de Piedra Durán". Solo me faltó mencionar los papos matizados en la acera. Sencillo, ¿verdad?

El hombre seguía trasteando en el maletero. Le dije que si me sucedía algo él sería responsable. Pues resultó que me podía acusar “de calumnia e injuria” (palabras textuales). “No señor, no se trata de eso sino de que usted está tan molesto que mejor maneje con cuidado cuando me lleve, no vaya a ser que tenga un accidente”, le contesté con voz increíblemente sosegada. “Y arranque porque si nos quedamos aquí va a perder muchos clientes”. Y lo hizo, pero durante el viaje “asoleó” al Gobierno, las petroleras, los tranques, los ricos, los que no saben lo que es trabajar para ganarse un dólar y dale que dale. Cuando descargó a gusto y cogió un respiro, le presenté la cara de la clase media a la que creo pertenecer (y si hay clase media baja esa es la mía), la más aporreada, que paga altos e implacables impuestos que no pagan muchos que trabajan por la libre; que recibimos el cheque mocho por cuotas para seguro educativo, Seguro Social, impuesto sobre la renta; que paga luz cara y no usamos “telarañas” para robar luz; que no trancamos calles ni invadimos tierras ajenas. Llegué a mi destino sintiéndome como una heroína. Como David ante Goliat. Ganadora del mano a mano. Presiento, sin embargo, que el taxista, de ahora en adelante, no dejará subir a otra doñita insolente de la que sospeche lo obligará a ir a donde no quiere ir. “Una golondrina no hace verano”, es cierto. Pero a esta golondrina, lograr que se le respetara un derecho, le convirtió en luminoso verano un lluvioso día de octubre.

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