Tal y como están las cosas, gastarse siete millones de dólares en arreglar el viejo estadio Revolución, es una frivolidad insultante. Que el Gobierno de Panamá disponga de esa cantidad de dinero para gastarla a fondo perdido (según Manuel Arias, presidente de la Federación Panameña de Fútbol, si no hay un mantenimiento continuado por medio de un Patronato, en tres años volverá a estar en las condiciones actuales), demuestra que nunca han tenido, y siguen sin tener, el más mínimo conocimiento de las verdaderas necesidades de este país.
Ampliar la cancha para el circo es metáfora del mal mayor: ampliar y reforzar el espacio de la ignorancia y la desconexión de lo que es verdaderamente importante. Esa cantidad de dinero jamás le será entregada a la Biblioteca Nacional o a los distintos museos del país, que da vergüenza visitar por falta de casi todo. Esas cantidades de dólares jamás figurarán en partidas para la reconstrucción integral de planteles educativos o mejoras profundas en salud o seguridad.
El deporte es un pasatiempo, una distracción que sólo debemos permitirnos cuando las cosas de verdad esenciales estén cubiertas. Vale más un buen médico, policía, maestro, o agricultor que cualquier copa del mundo que celebremos con emoción contenida mientras escuchamos el himno entonado en tierras lejanas. Seguimos creyéndonos la gran vaina y nos falta todavía comprensión lectora y conocimiento de nuestra historia.
La trampa está en hacernos creer que debemos dejar el nombre de Panamá en alto, como si eso sólo pudiera hacerse desde una cancha. Mientras no se amplié el espacio del conocimiento, la cultura, la educación, la salud o la seguridad, darle más recursos al circo va a terminar afianzando en nosotros el mal que está más asentado en nuestra sociedad, el “a mí me vale gaver”, que tiene en el deporte su mejor medicina para corroer la conciencia de lo que de verdad es lo más importante: saber qué es lo que nos están haciendo.
El autor es escritor