La “indulgencia”, especialmente para los católicos, es el final de un proceso en el que el hombre puede lograr el elevado consuelo de una profunda renovación y transformación interna. Este principio cristiano nos inspira a ser creyentes en el perdón y en la tolerancia. No obstante, en Panamá en los últimos cinco años de gobierno se produjeron escándalos de corrupción de “colosal magnitud”, amparados en el exceso de un poder totalitario que lesionó los recursos y bienes del Estado, con una desfachatez impúdica.
Ahora corresponde a la Corte Suprema de Justicia, al Ministerio Público, al Órgano Judicial y demás instancias correspondientes, realizar su labor investigativa, para que todos los que cometieron actos delictivos reciban severas sanciones.
Es evidente que, por respeto al principio de legalidad y a lo que se conoce como “el debido proceso”, todos los implicados en actos de corrupción y en cualquier “hecho punible” tienen derecho a que un tribunal independiente e imparcial determine sus derechos y obligaciones o examine cualquier acusación en su contra, en materia penal. El argumento que se esgrime en cuanto al “debido proceso” y las “garantías judiciales” no puede convertirse en un “subterfugio legaloide burocrático” para entorpecer o dilatar el proceso legal que debe tener como objetivo fundamental determinar la culpabilidad o no de los acusados y garantizar la certeza del castigo.
El tema de los malvados pinchazos telefónicos es un asunto colateral, de increíble magnitud, que atenta contra los derechos humanos e individuales. Al descubierto quedó la enorme maquinaria gubernamental y el sistema secreto, destinado a espiar a todo el mundo a través de la telefonía móvil, el uso de la web, los buscadores, las redes sociales y otros sistemas sofisticados que ofrece la moderna tecnología. Es el escándalo de espionaje más horroroso de la historia del país y un delito aberrante, porque su objetivo era obtener información de interés político-partidista, interceptar comunicaciones privadas y grabar conversaciones para desprestigiar a los dirigentes políticos, no solo de partidos adversos, sino del propio partido en el poder.
Los “pinchadores” pensaron que todo les saldría bien, pero se equivocaron y quedaron en evidencia, lo que reafirma el dicho de que nada está oculto bajo del sol. Espiaron para chantajear y controlar a las víctimas, algo imperdonable e inhumano. Por eso, de ninguna manera, esos que disfrutaron practicando el mal e hicieron sufrir a los demás pueden recibir indulgencia. Hay acciones que son semejantes a los fértiles campos en donde hasta las semillas que trae el viento germinan, florecen y dan buenos frutos, pero hay conductas perversas y llenas de maldad que serán como los árboles solitarios en las montañas, que se pueden venir abajo para no levantarse jamás.
