En septiembre de 2004, el régimen actual accedió al poder propulsado por una campaña bien orquestada, en donde enormes cantidades de dinero de los jefes de las patrias vieja y nueva, un efectivo control de los mass media y el desprestigio del gobierno saliente, operaron a su favor. Condujeron un esquema bien concebido y sostenido, que supo desarrollar una labor de diatriba y descalificación permanente y que logró capitalizar el encono social ante la ineficiencia, las torpezas y las corruptelas que saturaban nuestros ojos y oídos a diario. Gracias a esa campaña mediática, el ocultamiento astuto de su propio pasado, la repetición reiterada de algunas dolorosas verdades, de muchas insidias y mentiras, y del uso y abuso de eslóganes mercadotécnicos y de promesas hueras, supieron acceder al caudal electoral de los desencantados, de segmentos olvidados y, sobre todo, apropiarse de la credulidad y de la esperanza de los jóvenes. Sumando todo a su significativa base electoral partidaria, alcanzaron una victoria contundente en las urnas.
Casi cuatro años después de esas elecciones, muchos percibimos estar empantanados en un hoyo gris, igual o peor que al inicio de este mandato. En algunas cosas (índices macroeconómicos, imagen aparente del mandatario, gestión de algunos pocos despachos, etc.) se dice que se ha avanzado, lo que puede ser sujeto a la ponderación subjetiva de quien esté de un lado u otro.
Eso sí: vivimos un cuento lleno de rascacielos y vitrinas, de burbujas y apariencias, de campañas de mercadeo engañoso, de consumismo y de superficialidad. Y detrás de las cortinas está ese otro país que algunos no quieren ver, en donde los niveles de exclusión, de injusticia y de asimetría social son cada vez más escandalosos. En donde la microeconomía está hecha trizas y la deuda externa se infla como un globo a punto de reventar. En donde el impacto del crimen, del dinero de la droga, de la corrupción de burócratas y políticos, representan una contundente realidad, metastizada en todos los apéndices del cuerpo social. En donde el recuerdo de todas esas promesas de campaña (más empleo, más seguridad y cero corrupción) abofetea la dignidad de cualquier ciudadano que tenga un mínimo de memoria y sentido común. Y por increíble que parezca, pretenden perpetuarse 20 años más en el poder, como han confesado.
La sociedad debe reaccionar para replantearse un futuro distinto y mejor. Los ciudadanos debemos actuar de manera firme, pero también con racionalidad y efectividad. La democracia (especialmente esta versión nuestra, tan torcida y trampeada) nos fuerza a conducir esta lucha cívica, desigual pero inevitable, desde las estructuras de una legalidad mediatizada, pero que como demócratas, tenemos que saber respetar, defender, validar y mejorar. Aún así, es posible superar nuestras propias debilidades atávicas. La historia demuestra que (sic) "Sí Se Puede", para bien y para mal. Pero para eso, falta una determinación firme y mayoritaria de la sociedad y, sobre todo, contar con una opción alternativa, distinta y mejor: una oposición seria, desprendida, inteligente y unida. Hace falta una oposición que sepa despertar conciencias y movilizar votantes, sobre la base de un proyecto viable de país. Una oposición que no busque estúpidamente el poder por el poder y que no aspire a acceder al gobierno solo para repetir o superar vicios partidocráticos, mientras el país sigue cayendo en fosas cada vez más hondas. No queremos una repetición del mismo infame y recurrente pasado. Queremos una oposición responsable, que cuente con buenos planes, con medios y con personas que presten su capacidad para superar nuestras crisis y no un simple atajo de políticos mediocres, expertos en improvisaciones y en demagogia. Hace falta una oposición que sepa distinguir entre lo mediato y lo inmediato, entre lo urgente y lo secundario, entre la verdad y la mentira y que no tema enfrentarse cara a cara con nuestra realidad, para tratar de transformarla para bien.
Quizás, la primera prueba que nos demuestre eso será su capacidad (o incapacidad) de unirse y formar un sólido frente electoral opositor. Porque hace mucha falta una oposición liderada por verdaderos políticos-estadistas, con una sólida inteligencia y moralidad, sin dobles discursos ni agendas ocultas; líderes que entiendan que la unidad sobre la base de principios debe estar por encima de apetitos plutócratas, miserables y miopes. Hace falta una oposición en la que los ciudadanos podamos creer y a la que podamos darle el voto sin dudas. Solo así podremos aspirar a que sea la patria la que gane las elecciones de mayo de 2009.