Cuando todavía me movía febril por las aulas de mi alma mater (el Nido de Águilas), el mercado discográfico se vio revolucionado por una canción que, hasta hoy día, ha sido interpretada por conocidos y populares cantantes de América Latina y Europa, entre los que destacan los prodigiosos Rolando Laserie, Peret, Serrat y Sabina: El muerto vivo, del compositor colombiano Guillermo González Arenas.
La letra de esta inmortal canción está basada en un acontecimiento real sucedido en el departamento de Antioquia donde “al amigo Blanco Herrera le pagaron su salario y sin pensarlo dos veces se puso a malbaratarlo, una semana de fiesta y perdió el conocimiento, como no volvió a su casa todos le dieron por muerto”.
Esta historia se parece a una ocurrida recientemente en Changuinola y de la que han hecho gala los diarios y demás medios de comunicación; salvo que el protagonista de nuestra historia changuinoleña, supuestamente, no se había ido de parranda.
Continúa González que “al cabo de algunos días de haber desaparecido encontraron uno muerto, un muerto muy parecido, le montaron un velorio y le rezaron la novena, le perdonaron sus deudas y lo enterraron con pena”.
Esto último no le sucedió a nuestro desaparecido, ya que encontraron otros muertos no parecidos y a nadie se le ocurrió montarle velorio, rezarle la novena, ni mucho menos perdonarle sus deudas, pagar sus cuotas, ni reconocerle sus derechos sindicales.
Lo más insólito es que al igual que en Antioquia, “un día se apareció lleno de vida y contento, diciéndole a todo el mundo ¡eh! se equivocaron de muerto, que lío el que se formó eso sí que es puro cuento”, y que cuento.
En ese momento salieron los juglares del patio y nos corearon su historia: la de ellos. Una historia llena de argumentaciones contradictorias y sin fundamento alguno que tiene confundida a la población; al extremo de llegar a la provocación y enfrentamiento físico a la entrada de la Defensoría del Pueblo, haciendo perder la proverbial cordura y circunspección a mi amigo, el secretario general, Carlos Vásquez, al intentar evitar la violencia.
Todo esto se está convirtiendo en una fiel novela de realismo mágico.
