En marzo del presente año, la Asamblea Nacional aprobó la implementación y funcionamiento del sistema especial de puerto libre en la provincia de Colón. Con este proyecto, Panamá le abre otro espacio al desarrollo y a la libertad económica. El país se abre al mundo, una vez más, y muestra cómo superarse a sí mismo, asegurando a los inversionistas nacionales e internacionales que pueden desarrollar sus capitales e ideas en una relación ganar-ganar.
Las sociedades no pueden depositar en los gobiernos la total responsabilidad para el desarrollo, pues este no será posible sin reglas claras y sin el llamado a que la empresa privada se sienta acuerpada y segura de que podrá poner sobre la mesa su creatividad y empuje.
Cambiando una provincia no se cambia un país, pero sí se demuestra que haciendo pequeñas adecuaciones la mentalidad del ciudadano puede mejorar, y que los políticos son un mero puente para el desarrollo. Con esto se sienta un precedente histórico no solo para Panamá, sino para la región centroamericana.
El desarrollo debe ser como una gran sala que abre sus puertas, que se llena de oportunidades y facilidades para que los inversionistas quieran apostar y se sientan valorados. En este caso, Colón Puerto Libre lo ha entendido muy bien, ya que brindando incentivos fiscales como la exoneración del impuesto de importación y el no pago del impuesto de bien inmueble, entre otros, atrae a su proyecto.
Los engorros burocráticos pueden desmotivar a la inversión, siendo el “cuello de botella” que desmorone cualquier iniciativa público-privada, pero este detalle ha sido muy bien manejado en esta zona franca, que implementará el uso de una ventanilla única para mejorar el flujo de negocios, e incluso la posibilidad de comercializar por internet.
La libertad económica promete con hechos abrirse, más y más, camino por sí misma en América Latina, en la medida en que se descentralice el poder de los gobiernos y estos renuncien al paternalismo estatal que tanto daño ha hecho a nuestras sociedades, generando corrupción y pobreza. También, ayudará a que se deje de ver a los empresarios como “enemigos del pueblo”, que solo buscan “sacar tajada” de las ganancias, ya que son ellos –y no los gobiernos– los que mueven las economías, siempre que tengan seguridad jurídica y menos burocracia.
Este éxito que se avizora en Colón Puerto Libre dependerá no solo de las partes mencionadas; también dependerá de la sociedad panameña, de forma que con ese empuje que le caracteriza apueste por este objetivo y se comprometa a multiplicarlo para que el país se consolide como la economía más pujante del istmo centroamericano.
Los países ya no pueden pensar en su avance solo viendo hacia dentro, favoreciendo a sus amigos, estigmatizando la inversión extranjera y queriendo exprimirla en busca de ganancias para las arcas del Estado. Hoy día debe haber una apertura total que garantice que los más beneficiados sean los ciudadanos, mediante la mejora de su nivel de vida, y que ellos crean y confíen en las autoridades, porque lejos de controlar, se dedican a guiar, acompañar y promover el crecimiento.
Ahora, como ciudadana centroamericana, me pregunto: ¿Cuántos países voltearán a ver a Panamá y dirán: “yo quiero eso”? O, pensando más en el plano local, ¿cuántas otras provincias dentro del país centroamericano dirán lo mismo, viendo que el desarrollo también puede llegar a ellos de esta manera?
La apuesta del Gobierno panameño es ejemplar y llena de esperanza a su economía, que cada vez se consolida más, siendo un faro que guía a los países que le rodean.