Es sabido que todos los hombres alcanzan un nivel de incompetencia. Así como el ser humano puede ser el mejor en una profesión, actividad u oficio, también puede ser el peor en todas las demás manifestaciones del conocimiento y movilidad humana. Aun en la actividad u ocupación en la que son expertos y cabalmente desarrollados, llegan a un punto desde el cual ya no pueden pasar porque alcanzan su nivel de incompetencia.
Es importante y provechoso saber que el hombre ha estructurado su vida en sociedad en escalonadas jerarquías a las que aspira escalar aunque no sepa, después, cómo sostenerse en ellas. Esto trae como consecuencia, casi que inevitable, que el ser humano que se afana por llegar a escalar esas jerarquías, se enferme de hipertensión arterial, tabaquismo, alcoholismo, drogadicción, alergias de todo tipo, trastornos gastrointestinales, taquicardias, parálisis, deficiencias cardíacas, rabietas y malhumor. De los morbos psíquicos que más lo hace aparecer patéticamente cómico, está la afición a los teléfonos (celulares y tradicionales), como símbolo de estar siempre ocupados y muy solicitados; la papiromanía, o sea, ningún papel sobre el escritorio (algunas veces los esconden debajo de algo o los meten en alguna gaveta) y la papirofobia que, por el contrario, consiste en el escritorio lleno de papeles, carpetas y documentos, cayendo casi siempre en un insensato y lamentable activismo.
En la carrera política, este síndrome de las jerarquías escalonadas de llegar a la cima se torna más desconcertante y patético cuando se suma a las ansias de poder de determinados grupos ideológicos, desembocando generalmente en soluciones sociales extremas como las dictaduras totalitarias comunistas o fascistas (que creíamos pasadas de moda), o soluciones utópicas y románticas como las que hace creer a los electores que el gobierno que elegirán será del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Realmente los hombres tienen derecho a ponerse a prueba ellos mismos. El que sea representante de corregimiento, por ejemplo, pensará que también puede ser diputado… o alcalde y el que es alcalde da por sentado que si fue alcalde y no lo hizo tan mal (porque cumplió con su trabajo), también puede ser presidente. De igual manera el representante de corregimiento se convencerá de que puede ser diputado y, como para presidente de la República solamente se requiere haber nacido en Panamá, tener 35 años o más… ah, y ser postulado (con primarias o sin primarias) por un partido político debidamente inscrito, con el mínimo de votos requeridos por el Tribunal Electoral, pues… mucha gente querrá ser presidente.
Hay hombres y mujeres que reconocen sus limitaciones, sobre todo intelectuales y políticas, pero solo las aceptan como indiscutiblemente limitadas cuando las ponen a prueba… o sea, cuando constatan que solo son buenos como representantes de corregimiento cuando fracasan o no dan pie con bola en la Asamblea como diputados. Pero… ¿y quiénes pagan las consecuencias de este costoso y decepcionante aprendizaje? El pueblo y la Patria son los que pagan los platos rotos (y las botellas también). Y es que en Panamá son muy pocos los que estudian de verdad y se preparan para el puesto que habrán de desempeñar en el gobierno de turno de la Nación. Un estudio de la historia política de Panamá nos ha demostrado que, aunque muchos políticos han llegado a su nivel de incompetencia y se han percatado plenamente de ello se resisten a aceptar que, no son tigres, leones o leonas, sino que son solo michos que comen ratones en la escabrosa y tenebrosa jungla de la política.