El desconcierto, eso lo recuerdo bien, y que cerraron Calle S y otras calles aledañas con alambres de púas. Para entrar y salir había que mostrar la cédula. Daban plata por armas. Todo era inestable y transitorio, y de los tocadiscos salía la salsa navideña de siempre intentando hacer llevadera la Nochebuena vejada.
Cuatro días después del 20 de diciembre nos parecía mentira: nos invadieron, nos mataron a los parientes, a los amigos, nos mintieron hablando de democracia y de peligros para sus ciudadanos y del futuro de los nuestros. Decidieron aplastarnos por su propio interés y hasta la fecha nos han escamoteado el número de nuestros muertos.
Asomado al balcón de mi casa, casa de mi abuela, chupaba el cobre de la palabra “justa” calificando la “causa” de aquella masacre. Nos la quisieron hacer pasar por una pastilla de “salvavidas” (de la rojita, sabor cereza), pero siempre ha sido, hasta esta misma nochebuena, una copa de heces rebosante que nos han hecho beber poquito a poco durante treinta años.
La otra mejilla bíblica nada dice de olvido, nada dice de no pedir justicia ni alienta amnesias históricas. Perdón hasta la justicia, restitución, respeto a la memoria de los asesinados, lucha para que el 20 de diciembre de 1989 reciba toda la atención posible en todas partes. Porque hace treinta años la mayoría de países miró para otro lado.
No recuerdo el menú de esa Nochebuena. Las conversaciones preocupadas, la graduación suspendida para siempre, el futuro enturbiado, eso lo recuerdo. Nunca volvimos a ser los mismos, la herida es larga y muchos la aprendieron con el paso del tiempo, que no valió la pena tanto dolor, que la causa fue una injusticia inmensa.
Nos deseamos feliz Navidad, con la preocupación triste en las miradas hace treinta años, eso lo recuerdo. Hoy les deseo lo mismo y también memoria, consuelo y justicia de la que habló el niño Jesús de grande. Pido que seamos saciados.
El autor es escritor