Círculos intelectuales alrededor del mundo han bebido durante años de las fuentes del relativismo, una de las ideas más fuertes y definitorias de la mente del hombre moderno. Nuestra estructura mental es, por tanto, en buena medida, relativista, por lo que nos interesará desvelar en parte su naturaleza, así como algunas concreciones prácticas del relativismo, entre las que destaca en primer lugar el agnosticismo.
Soy agnóstico, se oye decir con frecuencia. Y quizás esos mismos que se dicen agnósticos no han leído nunca un párrafo de Kant o de Jaspers, y se dejan más bien llevar por las corrientes del momento, con el afán de aparentar una visión "progre" de la vida. Que frivolidad.
El relativismo es una actitud del hombre contemporáneo en relación a la verdad. Una postura que no se refiere solo a la esfera moral, sino que se manifiesta en el ámbito filosófico y religioso. Para el relativismo las realidades divinas son sustancialmente inaccesibles, y no existe una única vía para acercarse a ellas. Afirman los relativistas que cada época o religión ha utilizado diversos conceptos o símbolos para expresar la naturaleza de Dios. Estas formas culturales podrían incluso contradecirse u oponerse, y aun así tendrían igual valor. Serían modos diversos, cultural e históricamente limitados, de aludir a unas realidades que realmente no se pueden conocer, y que por lo tanto serían relativas al momento histórico y al contexto cultural. Así, para el relativista serían igualmente válidos los sacrificios humanos de los aztecas a sus dioses, los sacramentos de la Iglesia o los actos suicidas de los fundamentalistas islámicos. Simples expresiones o vías –igualmente válidas– de acercamiento o de relación con una realidad que permanecería sustancialmente oculta.
Niegan de esta manera siglos de elaboración intelectual en los que multitud de pensadores han demostrado la capacidad del ser humano de hacerse con la verdad de las cosas, y en especial con el ser de Dios. Pero no queremos referirnos en este momento a la falta de rigor intelectual del agnóstico, sino a su falta de coherencia y de ética.
Jurgen Habermas afirmaba que históricamente ha sucedido que los hombres hemos sacrificado violentamente la libertad sobre el altar de la verdad, pero que con un poco de habilidad dialéctica no es difícil hacer pasar por defensa de la libertad actitudes y concepciones que en realidad caen en el extremo opuesto de sacrificar violentamente la verdad sobre el altar de la "libertad".
Así es el nuevo dictador relativista, el violento perseguidor de quienes no pensamos como él, el nuevo intolerante que persigue ferozmente a los que sí creemos en unos principios fundamentales. Por esto el dictador relativista es descubierto a través de la forma en que ataca a sus adversarios. A quien afirma, por ejemplo, que la heterosexualidad pertenece a la esencia del matrimonio, no le dice que esa tesis es falsa, sino que le acusa de fundamentalismo religioso, de intolerancia o de espíritu antimoderno. Obviamente no le dirá que la tesis contraria es verdadera, pues el relativista no puede afirmar nada como verdadero.
Lo característico de la mentalidad relativista es pensar que esta tesis es una de tantas, junto con su contraria y quizá con otras más, y que en definitiva todas tienen igual valor y el mismo derecho a ser socialmente reconocidas. Por ejemplo, a nadie se obliga a casarse con una persona del mismo sexo, pero quien quiera hacerlo debe poder hacerlo con libertad, afirma nuestro nuevo dictador. Y así, la libertad se convierte en algo sacrosanto, y en patente para defender, sobre todo, la voluntad de imponer a los demás una filosofía relativista que todos tendríamos que aplaudir como filosofía de la libertad.
Los fraudes alimenticios atentan contra la salud del cuerpo, los filosófico–morales atentan contra el espíritu humano. Por eso el relativismo debe ser denunciado como fraudulento.