DESCONFIANZA.

El nuevo orden mundial

Septiembre–octubre de 2008, se desploman los mercados financieros y el pánico comienza a cundir en occidente, los agoreros anti capitalistas están de fiesta, un golpe de suerte parece por fin darles la razón y una luz de esperanza para seguir adelante con sus sueños de opio socialistas.

Curiosamente todos los análisis de la situación comienzan a tener un denominador común: falta de confianza, una clave del problema de fondo, y al parecer de nada sirvieron los fraudes de Enron, Parmalat y MCI para percatarse de ello.

Los países desarrollados de Occidente han necesitado ver sus bolsillos afectados, para darse cuenta del problema inmenso en el cual estamos metidos.

En América Latina el resurgimiento del populismo es otra señal de alerta que ha llegado a oídos sordos por mucho tiempo entre los dirigentes políticos y los líderes empresariales que han preferido no hacer frente al problema de fondo, pues este les exige un esfuerzo inmenso.

Han preferido irracionalmente guarecerse detrás de la relativa comodidad de los nuevos castillos: los barrios amurallados y demás sandeces que están desarticulando nuestras ciudades junto con el ejército paramilitar que han tenido que armar para protegerse de las hordas de gente sin esperanzas e ilusiones “que les quieren robar sus riquezas”. Y el problema sigue ahí, cobrando fuerza, esperando estallar tal y como sucedió en Venezuela, Bolivia, Argentina y Ecuador y que tarde o temprano padecerán países con ricos con mucha gente pobre como Panamá.

¿Percibirán el problema de fondo? ¿Percibirán la enorme crisis ética en el mundo occidental? Probablemente no.

Dicen que la economía de libre mercado es un sistema inmoral, antiético que somete a las grandes mayorías a la rapacidad de los empresarios y a los dictámenes del mercado. Sin embargo, los efectos en el sistema de la falta de confianza, la corrupción rampante y la falta de solidaridad humana antes mencionadas prueban todo lo contrario, si hay un sistema socioeconómico que es alérgico a la falta de ética es precisamente la economía de mercado y la democracia.

Simplemente, el Estado y el mercado somos nosotros, nuestro comportamiento en política marca el devenir político de nuestros países, nuestros hábitos de consumo, nuestros gustos y preferencias es lo que reflejan los indicadores bursátiles y financieros, por eso, el comportamiento de ambos no es racional, pues dependen de la irracionalidad de nuestros sentimientos, de nuestras esperanzas, de nuestros temores, de nuestras creencias y de nuestros valores éticos y morales.

Setecientos mil millones de dólares no han solucionado el problema de fondo, la fe en el ser humano se ha perdido al violar los pactos y torcer las normas a conveniencia, creando desconfianza y zozobra.

A nuestro enfermo sistema hay que inyectarle millones de certezas éticas y morales para erradicar el relativismo, ese cáncer que carcome nuestros sistemas de valores.


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