Recientemente, señalé que una de las razones por las que escribía artículos de opinión era porque algunos de ellos no caían en oídos sordos, particularmente aquellos que se sumaron a un clamor social que luego fue atendido. En esta ocasión me referiré a dos artículos que sí cayeron en oídos sordos, porque debido a ello hemos tenido consecuencias funestas.
Hace unos años, cuando se agudizaba la delincuencia juvenil, cuestioné las propuestas ideales, supuestamente integrales, para solucionar dicho flagelo, porque carecían de soluciones concretas. En esa ocasión abogué por un trato más digno al privado de libertad. “Podemos comenzar capacitando a los custodios”, fue mi primera propuesta. En ese escrito me referí a que no podíamos esperar una resocialización del delincuente, si éste observa que quienes lo tenían en la cárcel eran iguales o peores que él. Años más tarde se produjo la vergonzosa tragedia del Centro de Cumplimiento de Menores.
Lo que ocurrió en dicho centro no fue perpetrado por una persona, sino por casi todos sus administradores; dichas acciones reflejan lo que muchos panameños sienten sobre los adolescentes que delinquen. No nos llamemos a engaños. Esos custodios no vinieron de otro planeta. Lo positivo de esa tragedia es que despertó la sensibilidad social hacia el reo, otro de los aspectos que en el artículo citado se planteó como prioritario. Hice mención a ello porque ante el problema del hacinamiento en las cárceles era evidente la apatía del ciudadano común, de quien he escuchado frases como “bien hecho, para que no les den más ganas de regresar”.
Otro artículo que cayó en oídos sordos fue aquel publicado después del envenenamiento con dietilene glycol en la CSS. En ese entonces llamé la atención sobre la necesidad de tener un personal especializado para controlar todo lo relativo a posibles contaminantes que pudieran llegar a Panamá en algunos productos. Abogué por una especie de “policía químico” que tenga conocimiento del mercado internacional de ciertas sustancias que, al ser prohibido sus usos, se vendan a precios tan bajos que podrían tentar a inescrupulosos a adquirirlas para comercializarlas en países como el nuestro.
Saco a relucir esos pensamientos porque me preocupa a dónde llegarán a parar todos esos productos japoneses que se han contaminado con radiación. ¿Se desecharán? Lo dudo. No me sorprendería que un tercer país se aproveche de los bajísimos precios para comprarlos y revenderlos en países que no tengan control en materia de radiación. ¿Lo tenemos? Aquí nos pueden vender hasta vinagre proveniente del petróleo, como vinagre de fruta, y nadie lo sabrá, porque la única forma de saberlo es analizando su contenido de carbono 14. ¿Lo hacemos? Espero que esta alerta no caiga en oídos sordos y nos preparemos para detener la entrada de productos japoneses contaminados con radiación.