La primera línea de defensa que garantiza la seguridad, equilibrio social y gobernabilidad consiste en asegurar la alimentación del pueblo. El hambre de tu prole, en el país que fuere, impulsa a los padres a encontrar alimentos para sus hijos a cualquier costo o sacrificio. Democracia y gobernabilidad sin pan es una quimera. El hambre deshumaniza, propicia gobiernos autoritarios y retorna al hombre a las cavernas, algunos transformados en delincuentes casi fieras. Entonces debemos decidir o invertimos en recursos, educación, creatividad y trabajo para producir alimentos o las circunstancias a causa de la inseguridad descontrolada nos obligará a construir más cárceles y cuarteles llenos de policías.
Solo los pueblos motivados y guiados por estadistas de liderazgo, audaces y visionarios –sin rebasar las normas constitucionales– podrán organizarse con suficiente antelación para amortiguar el rigor y penurias a causa de la hambruna que acecha a la humanidad; a consecuencia de la crisis económica y de los estragos climáticos que derivaran del calentamiento global que afectará la producción de granos básicos.
Nuestros gobernantes deben ser conscientes de que el istmo centroamericano y Panamá serán afectados por estos fenómenos atmosféricos: largas sequías, inundaciones, heladas, cosechas exiguas, plagas en los cultivos, enfermedades emergentes, tal como lo precisan prestigiosos centros universitarios, Greenpeace, figuras como el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, y Fidel Castro, cuando coinciden en que: ¡el cambio climático es un desestabilizador del equilibrio mundial, al extremo que atenta contra la paz del universo! El científico de mayor actualidad en el tema, Mark Serreze, advierte: “¡La realidad está excediendo las expectativas, pensábamos que el efecto del cambio climático ocurriría en el año 2100, hoy pensamos que será en 2030, quizás antes”.
Visto el devenir tan incierto, debemos tener presente que, por ningún dinero en el mundo, los países sometidos a desastres y escasez de alimentos, venderían sus cosechas a otros pueblos. Entonces solo nos queda la alternativa de fijar, como política de Estado, la meta de autosuficiencia y sustituir la importación de alimentos en lo posible.
Ha llegado la hora de sonar el clarín y llamar a filas al ejército capaz de organizar la fuerza de tareas para afrontar esta inevitable guerra por ¡la comida del pueblo panameño! Al referirme a este ejército hablo de los 50 mil productores de alimentos, pequeños, medianos y grandes, quienes en vez de balas esparcen semillas y fertilizantes; en vez de tanques de guerra y carros blindados, usan tractores, arados y cosechadoras; aviones y helicópteros para garantizar cosechas abundantes, etc.
Hablo de una fuerza de tarea bajo el mando del Mida y su plana mayor integrada por el BDA, ISA, IMA, Idiap, Arap, Anam, etc. Treinta años han transcurrido desde que fui ministro del Mida. He tenido el honor de retornar como invitado del ministro actual Víctor Pérez a recorrer estos viejos caminos conocidos de la patria profunda, la campiña panameña.
He retornado, les decía, precisamente, acompañando a este valioso ciudadano el ministro, un pura sangre del agro, alumbrado, criado y formado en los surcos, con estudios superiores en la Universidad de Texas, y empresario de éxitos sobresalientes, como uno de sus asesores.
Debo expresar constructivamente que con la transformación del antiguo Ministerio de Planificación y Política Económica, al hoy Ministerio de Economía y Finanzas se sacrificó el clásico modelo de planificación del rumbo, o azimuth, de la nación con luces largas; concepto imprescindible de todo Estado moderno y progresista. ¿Cuál es la consecuencia?, pues, que han pasado tres quinquenios y tres presidentes, quienes han actuado administrado improvisadamente y a tientas. Un alto funcionario del gobierno anterior quiso convencerme de que, según Harvard, la mejor planificación en el desarrollo económico de un país es la que no existe, tesis que no termino de comprender.