Vivimos una cultura tan extrema del consumismo, que ni la Covid-19 será capaz de eliminarla. Una gran mayoría de personas en el mundo no ha aprendido nada de la experiencia; temen más a las pérdidas económicas, el desabastecimiento, no poder comprar ropa, etc., que a morir por el contagio.
Globalmente, la triste realidad de más de 5.8 millones de personas contagiadas, la muerte de más de 360 mil y el confinamiento, no han servido. En países que decretaron la reactivación económica, algunos los más golpeados por la pandemia, como Estados Unidos, destacan personas peleándose para entrar a una tienda de ropa; en Francia, cientos de personas abarrotando establecimientos sin guardar distanciamiento; en España, los aviones de Iberia atiborrados de pasajeros sin un asiento de separación de por medio; en China, lugares turísticos sin ninguna regulación del número de visitantes, o en México, personas en filas para abastecerse de cerveza.
En Panamá, con más de 12 mil contagios y 326 fallecidos al 29 de mayo, las autoridades sanitarias cedieron a la presión social, decretando el levantamiento de la cuarentena desde el 1 de junio, manteniendo el toque de queda de 7:00 p.m. a 5:00 a.m., cercos epidemiológicos establecidos, uso obligatorio de mascarillas y distanciamiento físico de 2 metros.
Entramos en una nueva era producto de la pandemia: la sobrevivencia del más fuerte. Vivimos en sociedades adictas al consumo desmedido, a la tecnología, frivolidad, desigualdad, indiferencia, digitalización de las relaciones. No solo es un problema sanitario sino socioeconómico que afectará a las personas más vulnerables, con grandes costos en vidas, privacidad, libertad -vs- seguridad; la supervivencia será un factor determinante, así como la incertidumbre, la histeria y el temor a la muerte.
Este descontrol, sin duda, traerá devastadores efectos; una segunda ola de contagios será mayor que la primera y el colapso de los sistemas sanitarios. La aterradora lección es comprobar que el peor virus son los seres humanos. Recordemos ese refrán: “quienes no aprenden del pasado están condenados a repetirlo”. Esperemos no sea nuestro caso.
La autora es abogada y escritora