Pandemia y rivalidad



Treinta años atrás, el derrumbe de la Unión Soviética posicionó a Estados Unidos como superpotencia hegemónica. Desde entonces, los ataques terroristas de 2001, un desgastante involucramiento en el Medio Oriente, la crisis financiera de 2007-2008 y el auge económico de China han menoscabado a Estados Unidos.

Según la consultoría de riesgo Verisk Maplecroft, la pandemia acentuará la rivalidad entre China y Estados Unidos. Beijing aprovechará la crisis para elevar su perfil y expandir su influencia.

Todas las economías serán golpeadas, pero China—estima The Economist Intelligence Unit—se recuperará primero (CNBC, 7 de mayo). Incapacitada por la crisis sanitaria y su ineficaz dirigencia, Washington rehúye el liderazgo global que adquirió tras la guerra fría (The New York Times, 11 de mayo).

Para otros analistas, el balance de poder sigue favoreciendo a Estados Unidos. De acuerdo con el autor George Friedman, China dista de ser una potencia militar global, inclusive tomando en cuenta su arsenal nuclear.

En vísperas de la pandemia, la economía estadounidense se cuantificaba en 21 billones de dólares (“21 trillion”, en inglés). La de China, en $14 billones (“trillion”) y su ingreso per cápita sigue siendo mucho menor que el de Estados Unidos. Según Friedman, no hay evidencia de que las contracciones producidas por la crisis eliminarán esta brecha.

Aun cuando sus capacidades económicas y militares son inferiores, Beijing ha sido hábil para manipular la percepción de su poder. En consecuencia, muchos interpretan la pandemia como un tránsito hacia su hegemonía global (Geopolitical Futures, 4 de mayo).

La historia nos da luces para contextualizar la rivalidad sino-estadounidense. China es una de las entidades políticas más antiguas. Tiene una vocación imperialista asociada a una civilización milenaria. Estados Unidos es una unidad política mucho más reciente, fundada en 1776.

Mientras que China fue, hasta el siglo XVIII, una potencia mundial, la entrada de Estados Unidos a las grandes ligas no ocurre sino hasta la siguiente centuria. Sus valores, fundamentados en el liberalismo y el individualismo, son muy distintos a los de la cultura china.

Las relaciones con Estados Unidos constituyen un fenómeno reciente—y no muy feliz—en la historia china. En el siglo XIX, Estados Unidos aprovechó el debilitamiento del celeste imperio para obtener concesiones—evidentemente resentidas por los chinos—como el privilegio de la extraterritorialidad, que le permitía juzgar a sus ciudadanos en tribunales estadounidenses impuestos a China.

En 1882, el Congreso de Estados Unidos prohibió la inmigración china. La extraterritorialidad y la exclusión de chinos se mantuvieron vigentes hasta 1943.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el presidente Roosevelt anticipó que China volvería a ser potencia, por lo que insistió en asegurarle un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Lo que no anticipó es que, en 1949, los comunistas tomarían el poder.

Estados Unidos vio con alarma la entronización del totalitarismo chino. Aunque, en aras de un equilibrio de poder, ambos países normalizaron sus relaciones después de 1971, las suspicacias persistieron.

La flexibilización económica desde 1979 no llevó a la democratización de China, como algunos esperaban. El autoritarismo de mercado, que Beijing intenta presentar al mundo como un éxito en todos los ámbitos—incluyendo la lucha contra el COVID-19—se ha afianzado bajo la autocracia de Xi Jin Pin.

China se presenta a la actual confrontación con ánimo decidido y deseos de reafirmación histórica ante Estados Unidos. Washington, por su lado, comparece sin liderazgo y con una situación económica extremadamente comprometida.

En medio de esta rivalidad, el Gobierno panameño tomó en 2017 una mala decisión. Nos convenía mantenernos como estábamos: con una ventajosa relación comercial, dentro de la cual la flota mercante china usa nuestro canal y desde nuestro territorio se redistribuye la producción china a la región. La inversión china, factible en un marco comercial de este tipo, es oportuna en tanto no esté ligada a mangoneos políticos o actos de corrupción.

Una relación más estrecha no era conveniente, como ahora resulta obvio, pero el gobierno anterior nos vendió por treinta monedas de plata—o 143 millones de dólares, según las filtraciones de un celular—y una apertura de mercado que, aparentemente, solo ha beneficiado al ron Abuelo. Nos metió así en una disputa que solo escalará a medida que evolucione la pandemia.

El autor es politólogo e historiador y dirige la Maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá.

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