Las llamadas de sectores y personalidades de toda laya, a la intervención del Estado, en la cuestión energética, es asunto para pensar y decidir en profundidad. El Presidente de la República ubicó, en justísima dimensión, el origen del problema: "fue apresurada la decisión de privatizar". Comentario mesurado e indulgente, descifrable para cualquiera.
Desentrañaré su evidente sentido: las privatizaciones, se realizaron atendiendo los milloncejos que las empresas ponían por delante y desenfocando, en el proceso privatizador, las adecuadas disposiciones jurídicas que permitieran que, fuese la situación que fuere, la condición privada de la generación y distribución eléctrica no conspirara contra los panameños, ni contra el aparato productivo. Empero, sólo Dios y unos cuatro individuos irreprochablemente informados, podrán decirnos si existe, al menos en Latinoamérica, una privatización más torpe que la realizada en nuestro país.
La cual, en sus consecuencias, lejos de paliar la pobreza, la profundiza con riesgo de hacerla insoportable. Y, en relación a los pendientes TLC, cabe pensar que la búsqueda de competitividad, a que aquellos obligan, deja de ser una promesa, para convertirse en terrible dolor de cabeza, dado el incremento desmedido en el precio de la energía eléctrica.
En este respecto, conviene decirle a nuestros "sutiles" privatizadores que, si tienen mala conciencia, si los escrúpulos no les deja dormir, pueden hacer público todos los intríngulis de las privatizaciones del patio, y quizá, ¡no sabemos!, encontremos allí algún entuerto que nos permita eludir esa pantagruélica bocaza que, insaciable, engulle las posibilidades de prosperidad de los panameños y cuya sola mención suscita acalambramientos en los miembros del Ente Regulador. Si los asaltan los reconcomios, pero no el coraje para desembuchar, entonces que se queden tranquilos; pues, los panameños, constituimos un pueblo que supera sus propias posibilidades: persistimos en el tiempo y en el istmo, pese a que gravitaba sobre nuestro destino una bota extranjera que aspiró a la perpetuidad; superamos azares terribles: nos vapuleó la mayor potencia mundial y persistimos. Y como colofón, manejamos a satisfacción el Canal, cuando nuestros malinchistas preveían calamidades perpetradas por operarios panameños. Por ello, es imposible que los ingentes desatinos, de "los privatizadores con prisa", impidan que Panamá se mantenga en pie (quiero pensar que son desatinos y no maldades programáticas y redituables).
Recapitulando: la privatización fue otro "Panamá concede", envuelto en el oropel de una supuesta modernización. Pero, mientras que el tratado de 1903 lo firmó un extranjero; la privatización, en cambio, la suscribieron menguados panameños.
En la tarea de privatizar hubo gobernantes que se hicieron cómplices de las transnacionales y al impulsar a la nación por el pasadizo de mezquinos intereses foráneos, lo encontrado al final es el desastre. La reparación histórica es posible, si quienes hoy dirigen el país ceden a la tentación de seguir a los panameños en el empeño de superar, una vez más, sus posibilidades. Para ello, deben meter las manos hasta los codos en el estratégico asunto energético para que sea factor de desarrollo y progreso. De tal modo, se configurará un liderazgo que, como todos los de buena ley, hará de los ciudadanos firmes secuaces del buen gobierno. La causa, validada por el querer popular, es de viabilidad ética: sellar el voraginoso tragadero de una empresa inhumana.
