Las imágenes que nos llegan desde el Medio Oriente son desgarradoras. Nuestra sensibilidad se conmueve ante tanto horror y muerte y ansiamos que el conflicto entre el Estado de Israel y el Hizbulá termine pronto para que, con la ayuda de una fuerza internacional, la paz pueda instalarse y no tengamos nuevas víctimas que lamentar.
Sin embargo, pienso que en nuestro afán de ver definitivamente establecida la paz, debemos plantear algunas cuestiones que son vitales para comprender la dinámica del conflicto.
Y solo entendiéndolo plenamente podrán encontrarse las alternativas apropiadas para una paz justa y verdadera para todas las partes involucradas. (Y sumo mi plegaria para que eso ocurra pronto).
Para el pueblo judío en su milenaria historia y para el Estado de Israel en sus 58 años de existencia, la paz es un valor primordial. Cientos de fuentes de nuestros libros sagrados (Biblia, Talmud, etc.) así lo ameritan, al igual que la propia Declaración de Independencia del Estado de Israel: "Extendemos nuestra mano a todos los Estados vecinos y a sus gentes y ofrecemos paz y buenas relaciones".
Sin embargo, la respuesta a esa oferta fue una declaración de guerra e intento de destrucción del Estado de Israel por sus vecinos; tentativa que se repitió en el 67, en el 73 y que continúa expresándose en la ideología del Hizbulá, del Hamas y del presidente de Irán, entre otros. (La paz con Egipto, firmada en 1979 y con Jordania, en 1994 dan testimonio del compromiso de paz de Israel y de la existencia de sectores moderados en el mundo árabe).
Frente a la amenaza continua es necesario defenderse. Y éste es el espíritu del actual operativo israelí en el Líbano, para erradicar la amenaza que constituye Hizbulá.
Hay que ser claros: Israel no tiene ambiciones territoriales en el Líbano.
Con todo el dolor y la crueldad que significa una guerra, para el Estado de Israel ésta es una guerra legítima.
No pretende conquistar territorios, sino preservar la integridad de sus habitantes, especialmente los del Norte que son permanentes blancos de los ataques del Hizbulá, ante la complicidad (quizás sea más apropiado decir la incapacidad) de las autoridades del Líbano y el silencio de los organismos internacionales.
Es que debemos recordar que Israel se retiró del Líbano en el año 2000 y luego en el año 2004 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1559 que exigía (y exige, ya que está aún vigente) el control de la frontera por el Ejercito del Líbano y "que se desarmen y disuelvan todas las milicias" (Léase Hizbulá).
Y en estos años posteriores a la retirada israelí y pese a lo dispuesto por la ONU, lo único que ha ocurrido en el sur del Líbano es que Hizbulá se apoderó de la zona, construyó una red subterránea de búnkers y lanzadores de misiles (que apuntan a Israel), con un arsenal muy superior al que tiene el propio gobierno del Líbano, gracias a la generosidad de sus padrinos Siria e Irán.
Quizás antes de emitir juicios debiéramos preguntarnos:
¿Cómo es posible que una organización (no un Estado) posea armas de exterminio masivo? ¿No es eso una violación a todos los tratados internacionales?
¿Cómo se permite que una organización paramilitar posea miles de cohetes dispuestos en la zona fronteriza con otro país?
¿Bajo qué reglamentos aceptados el Hizbulá utiliza lanzamisiles en zonas densamente pobladas?
¿Si una organización que forma parte del gobierno de un país secuestra a dos soldados de un país vecino, no es un acto de hostilidad y una declaración de guerra?
¿Cuál debería ser la respuesta "proporcional" al secuestro de dos soldados y al lanzamientos de miles de cohetes por una organización terrorista que funciona como un estado paralelo?
Sí, la guerra genera muerte, destrucción y sufrimiento.
Y nos duelen todas las víctimas. Frente a las imágenes que transmiten tanto dolor es muy difícil poder razonar con claridad, pero es responsabilidad de los líderes políticos y religiosos analizar la complejidad de toda la situación para tener la entereza y la autoridad moral para detener este círculo de violencia.
Solo así haremos realidad las palabras del profeta Isaías (2:4) cuando dice: "No alzará la espada nación contra otra, ni se ejercitarán más para la guerra".
Paz, Shalom, Salam, en Medio Oriente y para toda la humanidad.
El autor es rabino de la Congregación Kol Shearith Israel (Panamá)