Carlos Arellano LennoxPor gentil invitación de un amigo, propietario de un apartamento con balcón en una de las altas edificaciones que hay en Coronado, hace unas semanas tuve la oportunidad de ver, por primera vez, la longitud total de la playa de ese lugar. Hice memoria de años atrás cuando junto con mis estudiantes la recorríamos, recolectando muestras marinas. Lo que vi, vino a confirmar lo que transmito a mis estudiantes en las aulas universitarias y es que “para la naturaleza y para mantener el equilibrio ecológico, el ser más peligroso, depredador y destructor, es el ser humano”.
Había escuchado y leído acerca de las incursiones de ciertos propietarios en las riberas del mar, que habían construido y continuaban construyendo terrazas para ganarle terreno al mar o supuestamente para detener la erosión a causa de las olas.
Después de la oportunidad de haber podido observar el panorama completo y de ver cómo esas construcciones han reducido algunas secciones de la playa, he sentido –por mi condición de profesional de las ciencias marinas, y por tratarse de que las playas son un patrimonio de la nación que nos pertenece a todos–, la obligación de escribir este artículo para aconsejar gratuitamente a quienes quieran escuchar consejo, y muy particularmente a las autoridades municipales, de catastro y Contraloría para que conformen los mecanismos constitucionales y legales de que disponen (Ley 15 de 26 de Enero de 1959 y Ley 63 de 1973) con el fin de detener las construcciones, obliguen a la restauración original de las playas, porque van a acabar con ellas, y porque esos propietarios sin darse cuenta están poniendo en peligro su seguridad.
Es mi intención con este artículo, que adicionalmente a los fundamentos legales que se puedan argumentar, haya un criterio técnico científico del porqué deben detener esas construcciones y restaurar las playas a sus dimensiones originales.
Empecemos por informar que toda ola al entrar en aguas de poca profundidad aumenta su altura y va influyendo sobre los fondos; al llegar a una playa arenosa (caso Coronado), va removiendo millones de gránulos de arena, los cuales pueden volver a sedimentarse en el mismo lugar o por el contrario pueden ser trasladados a otros lugares; el traslado dependerá ahora de las corrientes.
En condiciones normales, paralela a las playas se produce una corriente superficial denominada corriente de litoral (que es lo que había en Coronado), la cual se transforma luego en una corriente de retorno o de compensación que da salida mar afuera a las masas de aguas originales traídas por las olas.
Las olas que vemos que llegan a nuestras playas, en su gran mayoría, son olas que denominamos de viento, porque son producidas por él; el viento mar afuera les transfiere su energía; todos conocemos la fuerza de los vientos, de lo que es capaz de destruir cuando se manifiesta como tempestad o huracán.
Toda ola al llegar a tierra libera su energía al estrellarse contra el suelo marino o contra cualquier obstáculo que encuentre; sobre una playa arenosa, la ola esparce ampliamente su energía y la libera casi toda, transformándola en calor que se disipa en la atmósfera; si la ola no libera su energía sobre el suelo marino, lo hará sobre el obstáculo que encuentre, erosionando ese obstáculo poco a poco, no solo por arriba sino también por debajo, cosa que no se ve.
Las construcciones que observé en la ribera marina están alterando la dinámica de las olas y las mareas; la energía contenida en ellas tiene que buscar una salida y socavan las bases de toda estructura lentamente.
También observé que en algunos casos se han construido espigones para desviar las corrientes; desconozco si para estas construcciones previamente se hizo un estudio de impacto ambiental. De no haberse hecho, se ha violado el Decreto Ejecutivo No. 59 de 16 de marzo de 2000 que reglamenta el Capítulo II del Título IV de la Ley General del Ambiente y los responsables son acreedores de sanción. En estos casos, deseo advertirles a quienes hicieron esas obras, que esas construcciones de un lado retienen arena y del otro lado se produce erosión.
Un ejemplo de las consecuencias de la retención normal de las olas se puede apreciar en Santa Bárbara y Santa Mónica en el estado de California, en donde construcciones a prudente distancia, bien estudiadas, han permitido salvar sus playas, mientras que en otros lugares como Point Conception, también en California, sus playas han desaparecido.
Los panameños tenemos varias malas costumbres; una de ellas es dejar las cosas para el último momento, otra es pensar que acontecimientos trágicos producidos en otros países, aquí no ocurrirán nunca –y finalmente cuando ocurren, entonces es que empezamos a pensar en un remedio para que no vuelva a suceder. A alguien le escuché decir en una ocasión tras un final trágico, “si yo lo hubiese sabido, si alguien me lo hubiese advertido, esto no hubiera sucedido”. Los residentes de Coronado están advertidos: si no toman acción ahora, luego será tarde y solo se escucharán los lamentos.
El autor es oceanógrafo graduado en Francia, catedrático de la universidades de Panamá y Columbus, ex consultor de FAO y SELA para asuntos marinos