Cuando se habla de contaminantes se piensa casi siempre en sustancias químicas presentes en el agua, el aire o los alimentos, pero rara vez se tiene en cuenta al ruido, un enemigo invisible, agresivo, ignorado y barato de producir, pese a su capacidad bien comprobada de producir lesiones temporales o permanentes al órgano de la audición y al medio ambiente.
Este es un problema ambiental, sanitario y cultural presente en la sociedad moderna y que surge por el desarrollo industrial, el transporte, la construcción, locales de diversión y malos hábitos sociales que afectan nuestro descanso, bienestar y calidad de vida.
Los daños al sistema nervioso, altos niveles de estrés, molestias, alteraciones del sueño, reducción de la capacidad cognitiva y riesgos elevados de enfermedades auditivas, cardíacas y respiratorias, son efectos probados de la contaminación acústica, según la Organización Mundial de la Salud en su Guía para ruidos urbanos. Estima que más de 120 millones de personas padecen problemas de audición en el mundo. Las consecuencias en el organismo empiezan a partir de las exposiciones diarias a largo plazo a niveles de ruido por encima de los 70 decibelios.
Los ecosistemas también sufren modificaciones. Recordemos la relación que existe entre los componentes de los ecosistemas. Por ejemplo, las plantas pueden tener una menor polinización si las aves, que ayudan a la dispersión de sus semillas, desaparecen, y se altera la comunicación entre animales de una misma especie.
De acuerdo con estudios de la Comunidad Económica Europea, el ruido genera pérdidas de al menos 0.1% del producto interno bruto de sus países. Para nuestro país esto representa por lo menos pérdidas de 6 millones de dólares al año.
Panamá está polucionado por el ruido, si se tiene en cuenta que el bullicio es parte de nuestra malentendida “idiosincrasia”, especialmente en las calles, donde los diablos rojos nos torturan con su música estridente, sus troneras, su vaporoso e inmundo humo negro y su escandaloso “pavo” incluido - porque eso de que han desaparecido lamentablemente no es cierto; buses piratas, taxis y autos conducidos por particulares maleducados hacen lo que les da la gana con sus bocinazos ensordecedores e innecesarios, a pesar de la presencia de policías de tránsito, autoridades ambientales y municipales que no ejercen ningún control, permitiendo que circulen impunemente, dejándonos en la indefensión. Es fácil medir el nivel sonoro, sancionar y decomisar los equipos de sonido.
Las opciones que tenemos para protegernos del ruido son cada vez más escasas, por lo que se impone la toma de conciencia, las campañas de prevención y el exigir regulaciones efectivas contra el ruido, que a pesar de que existen, pocas veces se cumplen. Hay que tomar medidas enérgicas si se quiere conservar la salud humana y de los ecosistemas.