Hace unas cuantas semanas, los estadounidenses observaron el octavo aniversario del 11 de septiembre (9/11); ese día de 2001 en que las Torres Gemelas fueron derribadas por la red Al Qaeda. Dentro de poco los alemanes celebrarán el 20 aniversario del 9 de noviembre (11/9); ese día de 1989 cuando el muro de Berlín fue derribado por una de las mayores manifestaciones de poder popular que se haya visto alguna vez.
A medida que el equipo de Obama intenta encontrar una manera de proceder con respecto a Afganistán, Pakistán e Irán, vale la pena reflexionar por un momento en la razón por la cual los alemanes están celebrando el 11/9 y nosotros estamos viviendo nuevamente el 9/11: esencialmente, debatiendo si invadimos nuevamente Afganistán para impedirle de nuevo que se convierta en un refugio de Al Qaeda y para impedir quePakistán caiga en una guerra civil.
La diferencia de mayor importancia entre el 11/9 y el 9/11 es el poder popular. Los alemanes le mostraron al mundo cómo las buenas ideas acerca de expandir la libertad humana amplificada por el poder popular pueden derribar un muro y toda una estructura de poder autocrático, sin un solo disparo. Actualmente, hay un local de donas Dunkin Donuts en la Plaza París contigua a la Puerta de Brandemburgo, donde todo ese poder popular fue concentrado. Normalmente, yo me horrorizo ante las marcas de comida rápida de EU cerca de sitios icónicos, pero en el caso de lo que otrora fue una llaga abierta entre Oriente y Occidente, lo considero como algo similar a un bálsamo. La guerra por Europa de hecho ya terminó. El poder popular ganó. Nosotros podemos resignarnos; pasen las donas. Los sucesos del 9/11, por contraste, demostraron cómo malas ideas amplificadas por una voluntad de apenas unas cuantas personas de cometer suicidio pueden echar por tierra rascacielos y hacer un nudo de un gran país.
Recorrí la Plaza París el otro día con Ulrike Graalfs, directora de programa por la Academia Estadounidense en Berlín, donde estoy de visita, y ella mencionó de pasada que había estado en Estados Unidos el 11 de septiembre, como estudiante en la Universidad de Pennsylvania, y era una niña de 9 años de edad parada sobre el muro de Berlín el 9 de noviembre. Quedé asombrado ante sus recuerdos.
El 9/11, dijo, ella se había sentido abrumada por la sensación de ira y dolor que tantos estudiantes de la universidad de Pennsylvania sintieron a su alrededor; sentimientos tan intensos que les imposibilitaba ver, lo que ella, como estudiante extranjera, podía ver, en qué medida el resto del mundo estaba parado junto a Estados Unidos ese día. “Por contraste, el 11/9, había personas cantando y bailando y alguien me subió sobre el muro”, relató. “Aún me conmueve pensar en ello. Vi a mi padre saltar al suelo desde el otro lado. Yo estaba aterrada. Era muy alta. Pensé que ese iba a ser el final de mi padre. Él empezó a debatir con un soldado del oriente alemán. Pero, el soldado no hizo nada. Sencillamente permaneció ahí, tieso”. El poder popular ganó, y Alemania ya se unió y estabilizó desde esos días.
El problema que tenemos para lidiar con el mundo árabe musulmán actualmente es la ausencia general o debilidad del poder popular allá. Hoy día se desarrolla una guerra civil de baja intensidad dentro del mundo árabe-musulmán, solo en demasiados casos se trata del sur frente al sur: malas ideas frente a malas ideas, amplificadas por la violencia, en vez de malas ideas frente a buenas ideas amplificadas por el poder popular.
En países como Egipto, Siria, Arabia Saudita, Afganistán o Pakistán hay violentos movimientos de extremistas religiosos que combaten a servicios de seguridad del Estado. Y si bien, los regímenes en esos países están comprometidos con aplastar a sus extremistas, ellos muy rara vez acometen sus ideas extremistas ofreciendo alternativas de tipo progresivo. Eso se debe a que la puritana ideología islámica del Estado saudita o segmentos del Ejército paquistaní no difiere tanto respecto de la ideología de los extremistas. Y cuando estos extremistas apuntan a otras partes como India o a chiíes o israelíes, estos regímenes se muestran indiferentes. Es por esto que no hay una verdadera guerra de ideas dentro de estos países, tan solo una guerra.