En estas últimas semanas los titulares de los diarios han sido pródigos en "bellezas" arrojadas al aire, para nuestro común (pero no inesperado) espanto, asco y enfado. Monos gordos del régimen anterior investigados por estar haciendo sucias maromas financieras en las que, al final, el Estado y nosotros los contribuyentes hemos terminado asumiendo deudas multimillonarias (otra vez). Consultores y asesores con exorbitantes e injustificables salarios, emparentados cercanamente con personeros del pasado gobierno. Contratos multimillonarios en todo un amplio abanico de rubros, en los que la rebusca oscilaba entre el sigilo y el descaro. Fundaciones brujas ligadas al antiguo régimen, en donde las cuentas no cuadran ni con la misma magia que usaron para desaparecer millones, originalmente donados al Estado. Sujetos bajo investigación por tráfico de personas y de cuanta ramplonería haya podido ser objeto de negociado. Según todos los indicios, apenas estamos contemplando la punta de un enorme iceberg cargado de trapisondas y bribonadas. Muchísimos personeros del régimen anterior emergen como simples gandules dedicados al enriquecimiento personal, al abuso desmedido del poder, a la corrupción en su grado más vulgar y ordinario, mientras el país se caía a pedazos.
Esto no puede ser obviado, de ninguna manera, por el nuevo gobierno, pues va en juego toda su credibilidad. Sería imposible dar crédito a sus buenas intenciones si no parte limpiando la casa de tanta sanguijuela y si no procura justicia parejamente, sin caer en eso del "borrón y cuenta nueva" otra vez. Es decir, si los latrocinios y corruptelas de estos sujetos no son investigados y castigados de manera ejemplar, asumiendo las consecuencias de este hecho traumático pero sumamente necesario. Sin comenzar su mandato quinquenal limpios de cualquier imagen, fundada o no, de connivencia tácita con los corruptos o de garantía de impunidad para nadie.
Un organismo argentino de derechos humanos afirma que "...Ninguna palabra quizá defina las experiencias de América Latina como ésta (impunidad). Falta de castigo, de investigación, de justicia. La posibilidad de cometer crímenes... sin tener que sufrir pena alguna. Y por lo tanto, la aprobación implícita de la moralidad de estos crímenes. El perdón y el olvido, sin acordarnos –o acordándonos muy bien, pero sin importarnos– de que el olvido siembra la repetición. Porque aquello que se hizo una vez sin pena alguna, se puede repetir sin miedo (una y otra vez)...". El organismo no-gubernamental Lawyers Committee for Human Rights afirma que en cualquier país regido por el estado de derecho, los ciudadanos no solo quieren "...tener una democracia formal, sino también una democracia incluyente (con una justicia efectiva)... esto capta exactamente la prueba del ácido para las instituciones de un sistema supuestamente democrático, especialmente en lo que tiene que ver con sus instituciones y prácticas de procuración de justicia...".
Frente a las exigencias generalizadas de la ciudadanía respecto a fustigar a la maleantería de cuello blanco y a los burócratas ladrones, nadie puede adoptar poses de avestruz ni hacerse el sordo o el bobo. A no ser que, efectivamente, haya cosas más terribles siendo cocinadas ahora mismo por la partidocracia criolla. La historia política reciente en Panamá nos demuestra fehacientemente que hemos tenido varios regímenes que han optado por la nefasta política del bussiness as usual o del quid pro quo. De una mano peluda lavando la otra, al amparo de las sombras y de las componendas de siempre. Pero de eso estamos todos hartos en este país, óigase bien. La ciudadanía no puede tolerar más pactos secretos de no agresión entre políticos, bajo esos supuestos inmorales del "hoy por ti y mañana por mí". Nadie puede soportar más impunidad flagrante, sino a riesgo de iniciar una reacción en cadena que acabe haciendo añicos lo poco que le queda de credibilidad a la clase política. De abrirle la puerta a la violencia retaliatoria y a la justicia autoprocurada, de manera trágica e irreversible.
Por eso, todo el hedor y la podredumbre que se están ventilando tienen que ser investigados de forma integral y pública, hasta sus últimas consecuencias. Por muy feo que sea, es necesario purgar lo sucio, por la salud del cuerpo social panameño. Esta catarsis es imperiosa, pero también es imprescindible ver acciones gubernamentales realmente consecuentes con sus propios compromisos al público. Necesitamos ver que la vindicta pública, en este país, no es un simple monicaco pintado en la pared. Para muchos que aguardamos por las supuestas "señales correctas" del nuevo gobierno, este aspecto será la definitiva prueba del ácido, el indicador real y único que nos mostrará la sinceridad respecto a procurar justicia investigando y castigando a los deshonestos con todo el peso de la ley. Ya ha pasado un mes y seguimos esperando, atentos por conocer realmente de qué materia estaban hechas esas promesas de campaña.