Desactivar la envenenada herencia en política exterior que dejó la administración que se fue, no ha sido tarea fácil. El gobierno anterior centró sus relaciones en el Vaticano, se entregó a China y dio la espalda a América Latina, con excepción de su inexplicable coqueteo con Cuba, país al que visitó más veces que a un vecino estratégico como Costa Rica.
Los intercambios de los Varelaleaks, entre Varela y su canciller Saint Malo, son deplorables. Se burlan abiertamente de Trump, el representante del principal socio estratégico y comercial de Panamá, mientras quedó registrado que ambos trabajaban en favor de China en la ONU y en otros escenarios.
La discordia entre Varela y Washington no fue por iniciar relaciones diplomáticas con Pekín –sin contar con los $150 millones que le dieron al exmandatario y nadie sabe a qué cuenta fueron a parar– sino porque permitió que los chinos convirtieran a Panamá en una plataforma de espionaje que compromete la seguridad continental. Esa es una de las razones por las que China se ha rehusado adherirse al Tratado Concerniente a la Neutralidad Permanente del Canal.
Por otro lado, en su zigzagueante relación con Venezuela, el problema más espinoso de la política exterior hemisférica, Varela apoyó el 15 de septiembre del 2018, en el seno del Grupo de Lima, una acción militar contra Caracas. “Nuestra democracia nació así”, argumentó en un mensaje de texto a Saint Malo.
Ante ese escenario, el gobierno de Nito Cortizo y su equipo de política exterior, bajo la responsabilidad de Andy Ferrer, inició un proceso para recuperar el estatus de socio seguro y confiable con Estados Unidos. El paso siguiente fue el entendimiento con los organismos financieros y la banca internacional para enfrentar el desastre de las finanzas públicas dejado por Varela.
Desde el primer día, el objetivo de la nueva administración ha sido cuidar el frente externo, con nuevos alineamientos regionales muy pragmáticos y desideologizados, bajo el principio de defensa de los intereses nacionales y estableciendo el apego a la agenda de Panamá, no las sugeridas por gobiernos ni organismos internacionales.
Panamá ha sido equilibrado ante los reclamos progresistas en Chile, Colombia, Ecuador y el golpe de Estado en Bolivia.
Sin duda que el caso de Venezuela no debe ser el único punto que una o desuna al continente. Sobre ese tema en particular, la prioridad debe ser estabilizar la situación humanitaria, luego abordar el aspecto político. Cortizo y su equipo de política exterior están trabajando en esa dirección.
La evolución en la gestión de las relaciones internacionales de la administración Cortizo está colocando al país por encima de políticas partidistas y desactivando los grupos de presión dentro del PRD, acostumbrados a actuar por simpatías con determinados gobiernos. Ha evitado atomizar la diplomacia porque pierde eficacia al entregarse a afinidades ideológicas.
La diplomacia local ha salido al exterior con Panamá en la mochila, acercándose a países legalmente constituidos, buscando impulsar objetivos e intereses nacionales.
Después del daño a la reputación nacional por el desprestigio de la política exterior de la administración que se fue, el esfuerzo ha estado dirigido a reconectar a Panamá como un mercado global de capitales, lograr la reinserción en el mundo para promoverse como un país confiable y previsible y aumentar la capacidad de exportar y atraer inversiones.
Varela fue un cultor de grietas y distanciamientos, Cortizo es un promotor de entendimientos, cerrando brechas, acercando posiciones con el fin de recuperar el histórico liderazgo constructivo de diálogo y consenso regional y mundial. Panamá está extendiendo, sin retrocesos, su mano a toda iniciativa pacificadora.
Cortizo está dándole un perfil más económico y comercial a la política exterior y dirigiendo los esfuerzos para poner a trabajar la enorme capacidad del sector privado en las relaciones integrales con otros países.
Está convirtiendo, así, la diplomacia en una herramienta de desarrollo económico, social y cultural, alineado con el fin superior de conquistar la sexta frontera, de desigualdad y exclusión.
Todo apunta a una política exterior que toma en cuenta al ciudadano para construir el único modelo posible para Panamá, el de crecimiento con equidad. Y que los panameños se sientan identificados con una agenda internacional capaz de recuperar su autoestima y demostrar con hechos que la sociedad está avanzando.
Los primeros pasos dados por los gestores de las relaciones internacionales están encaminados a lograr una política exterior exitosa que coadyuve a encender la economía y contribuya a forjar un destino más promisorio para Panamá.
El autor es periodista