Al inicio de la pandemia, ante la falta de información sobre el nuevo coronavirus que causaba estragos a nivel mundial y siguiendo las recomendaciones de los expertos, se nos pidió que abandonáramos la vida a la que estábamos acostumbrados para protegernos entre todos. Como parte de las medidas de protección tomadas, se cerraron las oficinas, se prohibieron las aglomeraciones y se nos pidió quedarnos en casa. Nuestros hijos dejaron de asistir a la escuela y, en algunos casos, tampoco fueron a sus controles de salud anuales y dejaron de recibir sus vacunas.
En mi práctica profesional, dejé de ver a niños enfermos. Colegas que trabajan en hospitales públicos me comentaron que los niños con enfermedades crónicas dejaron de asistir a sus citas periódicas y los que consultaban por patologías agudas llegaban, muchas veces, en forma tardía. Esto principalmente por miedo a contagiarse de Covid-19, pero también por la falta de acceso al transporte público o a los servicios de salud en el marco de la emergencia.
Cuando los niños empezaron a asistir a la consulta nuevamente, empezamos a ver dos grandes grupos de patologías que nos preocuparon y nos movilizaron a empezar a proponer el regreso a las escuelas. Estas fueron: 1) los trastornos de conducta como reflejo del impacto emocional de la cuarentena en los niños, y 2) trastornos funcionales o motivos de consulta que no tenían una base orgánica, sino que, a partir del impacto de los sentimientos y emociones en el funcionamiento de los órganos, los niños presentaban síntomas como cefaleas, dolor de pecho y dolor abdominal recurrente, entre otros.
Fue así como empezamos a levantar la voz pidiendo el regreso a las escuelas en el 2021, siendo nuestros principales motivos:
• La baja carga de enfermedad en niños. Si bien los niños pueden enfermarse, en general presentan cuadros mucho más leves que los adultos.
• La evidencia científica demostró que la capacidad de contagio de los niños no es igual a la de los adultos. Incluso, empezó a aparecer evidencia que demostraba que la susceptibilidad de padecer el virus es menor en los niños que en los adultos. Aprendimos que, en general, los niños no son grandes transmisores ni receptores del virus, por lo cual trabajar con ellos no sería un factor de riesgo importante para contagiarse del nuevo coronavirus.
• Las enfermedades pediátricas no relacionadas a la Covid-19 que habían quedado desatendidas y las que se estaban generando a causa de la cuarentena y el aislamiento social, como ansiedad, trastornos de conducta, depresión, entre otros.
Otra gran preocupación es la enorme brecha que se iba marcando entre quienes podían acceder a la educación virtual y quienes no podían alcanzarla por falta de acceso a una computadora, un teléfono o internet.
Por último, nos preocupan los adolescentes, quienes por naturaleza son sanos, pero la mayor parte de su problemática es social, estando más predispuestos a presentar abuso de sustancias, embarazo no deseado, violencia y abuso sexual. Todo adolescente que está fuera de la escuela es más vulnerable a estas situaciones. Otra medida contra la problemática de los adolescentes es el deporte, pero, además de tener cerradas las escuelas, estaban cerrados clubes y parques y prohibidas las actividades al aire libre.
También es importante destacar que las escuelas facilitan la aplicación de las medidas generales de prevención, dado que los niños respetan mucho lo que les enseñamos con el ejemplo y los docentes son muy buenos reforzando conceptos. Un retorno seguro a las escuelas es posible, si todos trabajamos de la mano para apoyar a nuestros niños y jóvenes en el trayecto.
Mi rol como pediatra es dar recomendaciones basadas en evidencia científica, gestionar riesgos y beneficios de lo que propongo y acompañar a los padres en la toma de decisiones sobre sus hijos. Personalmente creo que, si trabajamos en equipo, seguimos ejemplos de otros países y las recomendaciones de bioseguridad universales, podemos lograr un regreso a clases seguro para la mayoría de los niños y así permitirles retomar su aprendizaje en el ambiente educativo que tanto necesitan.
La autora es pediatra