Quería ser presidente. Hay tanto que hacer para que todos los panameños gocen de buena calidad de vida que me atraía fervientemente la idea de gobernar para alcanzar ese objetivo. Soñaba, además, con ver a mis hijos vivir y trabajar en un país desarrollado, con elevados índices de cultura, educación,salud, equidad, justicia y pensamiento crítico. No me gusta lo que veo actualmente a mi derredor y pretendía enderezar el rumbo de la nave estatal. Me creía capaz de lograrlo. Ya no podré. Salvo familiares, amigos íntimos y algunos individuos despistados, nadie votaría por mí.
Esta nación exhibe contrastes dolorosos y peligrosos. Por un lado, somos sede de rascacielos majestuosos, bancos para todos los gustos, convenciones internacionales de negocios, una zona libre para distribución regional de mercancías, un Canal interoceánico de primer nivel, un moderno aeropuerto en expansión, la afluencia creciente de turistas de cualquier rincón del mundo y urbanizaciones suntuosas por doquier. Por el otro, somos albergue de miseria y enfermedad en poblaciones indígenas o rurales, bolsones de pobreza en segmentos urbanos, inadecuada pureza del agua potable, basura en calles y alcantarillas, excesivo costo de productos básicos, clase media en extinción, corrupción generalizada y justicia a la deriva. El 20% de la gente más rica posee casi 50 veces más riqueza que el 20% de la gente más pobre.
Tenemos una sociedad elitista donde los casos de sida son escasos y los pocos infectados reciben manejo óptimo en confidencialidad. Donde hay menor cantidad de embarazos en la adolescencia, porque sus jóvenes están mejor adiestrados en sexualidad, disfrutan de progenitores unidos e instruidos, utilizan métodos anticonceptivos óptimos y tienen abortos seguros en clínicas locales o foráneas. La otra sociedad, más numerosa y desaventajada, padece la desidia e indiferencia del sistema escolar público.
La enseñanza en materia sexual es nula o anacrónica, la familia es analfabeta o desintegrada, la figura paterna no existe, la prole infantil abunda y la información sobre anticoncepción es paupérrima. Como resultado, las infecciones de transmisión sexual siguen en aumento, más niñas se preñan temprano y los abortos clandestinos ocurren con diaria cotidianidad. ¿Quién debe rendir cuenta por cada infectado por VIH, por cada caso de sífilis congénita, por cada adolescente embarazada, por cada aborto provocado? En naciones civilizadas, son los ministerios de educación y sanidad los máximos responsables en arreglar cifras de asimetría social. Acá, en cambio, nuestros dirigentes se dedican a dar consejos de moralidad y espiritualidad, asumiendo que sus valores o proyectos de vida son los únicos válidos y deben ser aplicados de manera uniforme, independientemente de la pluralidad y diversidad de la población.
Habitamos un territorio donde los dirigentes políticos, de izquierda o derecha, cuentan con más bienes y privilegios que el común de los ciudadanos. Donde los partidos no tienen ideología definida y se han convertido en agencias de empleo exclusivo para sus miembros. Donde la oposición se ejerce para conseguir votos, prebendas o puestos de mando. Donde el transfuguismo sigue la brújula del dinero. Donde los mismos de siempre se nutren del pastel estatal. Donde se licitan obras para ganar tajada en comisiones.
Donde los impuestos colectivos son utilizados para beneficio particular de unos cuantos. Donde se sobornan periodistas. Donde los abogados usan las leyes para limpiar su propio estiércol. Donde la honestidad de los magistrados yace sepultada bajo excrementos jurídicos. Donde se amenaza a los que se atreven a decir la verdad. Donde se ejecutan proezas médicas, pero recurrentemente no hay medicamentos ni insumos para diagnosticar y tratar tuberculosis o sida. Donde se hace un pionero trasplante y los medios de comunicación apenas lo anuncian, en espacios destinados a noticias de horóscopos, hierbas milagrosas, chismes del corazón o pronósticos de lotería.
Lamentablemente, no podré ser presidente. En encuesta reciente, ser ateo o defensor de la libertad sexual de homosexuales es peor que ser corrupto o maltratar a la mujer. Añoraba ser ladrón con apego a la ley, amarrar negocios durante mi período gubernamental, adquirir yates de lujo, vestir elegante con la ayuda de partidas discrecionales, utilizar la cartera taiwanesa para pagar mis tarjetas de crédito, exhibir a mi bella esposa como primera dama, comprar condominios en ciudades del jet set, manejar a diputados como marionetas, designar a aliados en la Corte, nombrar a mis familiares y allegados en consulados maravillosos, conocer todo el mundo, convertirme en millonario en cinco años y codearme con magnates ilustres.
No me queda más remedio que conformarme con mi anodina rutina de escribir artículos de opinión, leer obras famosas, liderar investigaciones biomédicas, atender a niños enfermos, participar en actividades deportivas de mis hijos y ver todos los juegos del Barça o de la marea roja. No seré presidente. Qué tristeza…