El país y el problema de la basura: Jorge D. Méndez Ríos

El país y el problema de la basura: Jorge D. Méndez Ríos


Recientemente, regresé a Panamá después de unos años de estudio en el extranjero. Por supuesto que conocía los problemas que mi país enfrenta: pobreza, crimen, gobernantes corruptos, y uno que otro reguero de basura; sin embargo, noté muchos cambios que me hicieron sentir como un extranjero en mi propia tierra, y decidí explorarla, nuevamente, para visitar aquellas playas, ríos y montañas que recordaba con cariño.

Primero, visité Chepo y sus bellas montañas. Bajé la ventanilla del automóvil esperando que la brisa rozara mi rostro, mientras manejaba he intentaba contemplar la belleza natural. De forma inesperada empecé a ver, a la orilla de la carretera, pilas de basura, tan amplias que llegaban hasta la vía. “Debe ser que aquí hay algún problema con el sistema de recolección”, me dije a mí mismo. Sin embargo, kilómetro tras kilómetro aparecían otras pilas, como si fuesen santuarios hechos para los buitres y los gallinazos que por ahí rondaban. Los desperdicios orgánicos expedían un olor que reemplazaba aquellos recuerdos del ambiente fresco que un día contemplé.

Los moradores, acostumbrados a estas escenas, caminaban inmunes a la pestilencia de aquellos lares, como si esas pilas fueran elementos naturales de la vecindad. “¿Será toda esta basura de los moradores del área?”, me pregunté. Sin embargo, mi decepción no se detuvo ahí. Las escenas se repitieron, una y otra vez, en Colón, en Las Cumbres, en La Chorrera y en otras áreas rurales hacia el interior. No puede ser que los cuatro millones de panameños nos hayamos convertido en cochinos, solo en un par de años, y que nuestras costumbres se hayan deteriorado al punto de que la limpieza y el aseo ya no valen nada.

¿Qué decir de las quebradas que atraviesan la ciudad de Panamá? Son una verdadera desgracia, con basura de toda clase, que pareciera pedir a gritos que la dejen llegar al mar para, de una vez por todas, morir en paz. Todo esto ocurre mientras extendemos el pavimento hacia las áreas sagradas de nuestros pocos parques nacionales, elevando pilares de concreto para imitar a la ciudad de Babel, y dando en concesión los pocos oasis y manantiales de agua potable que tenemos.

Nuestra lucha contra las más raras enfermedades infecciosas, como el zika, se limita a una rociadera de insecticidas, en vez de resolver su principal causa, que es la acumulación de basura que sirve como reservorio de mosquitos. ¡Atendamos las prioridades, señores! La basura es causante de enfermedades gastrointestinales y respiratorias, al igual que de accidentes y de la destrucción de nuestra fauna; además, le da una mala imagen a los visitantes extranjeros.

¿Acaso no vemos los síntomas de un país en deterioro? Esta realidad no es solo una retórica ambientalista, pues cívica, moral y espiritualmente se refleja en la corrupción de los gobiernos que pasan sin resolver los regueros en cada esquina.

Llegué a la conclusión de que el origen del deterioro de Panamá no tiene que ver con la llegada de extranjeros, con las compañías de aseo ni con los gobernantes corruptos, sino con la falta de amor, respeto y orgullo de cada ciudadano por nuestro país. En otras latitudes, el amor a la patria es fundamental, y los gobiernos ponen en práctica estrategias para que sus ciudadanos valoren y hasta den la vida por su país. Implementar estas estrategias y ver los resultados toma décadas, pero es mejor empezar tarde que nunca.

Algo le está haciendo falta a nuestro sistema educativo. Este amerita una urgente revisión en temáticas como cívica, gobierno e historia panameña. También es necesario revisar el contenido de la programación de nuestros principales canales televisivos y la programación que moldea sistemáticamente a nuestros hijos. ¿Cuánto invertimos en bibliotecas y librerías, que son la fuente de cultura para nuestro pueblo? ¿Y quién fomenta la producción de música de calidad, que no denigre a la mujer ni incite a la violencia?

Toda esta amalgama de dejadez converge para mantener a nuestro país en el caos en el que se encuentra. Panamá pide a gritos nuevas políticas de educación cívica y moral, materias que deben ser implementadas por el Gobierno en todo el país, y así unificar el esfuerzo que cada escuela particular y pública realiza. La Iglesia no se exime de esta responsabilidad. Todo esto es imperante, y el tiempo de actuar es ahora, antes que esta basura se vuelva nuestra nueva norma y forma de vivir.

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