Lo repito siempre que puedo: “A la literatura, hay que venir llorao”. Lo digo en buen panameño, y la frase se puede aplicar a la vida: “A este mundo, hay que venir llorao”. Mucha gente, en su afán victimista, no quiere reconocer los méritos del que hace bien las cosas y se quejan con puntualidad rencorosa por redes. “Mucho tilín tilín y ná de paletas”.
Hay un tipo que desde el barrio, con talento, mucha música en la mente y la educación pública panameña de los sesenta, va construyendo con disciplina su carrera musical. No se echa pa’trás, sigue confiando en su herencia y su criterio estético, y transforma la manera de entender la Salsa y a nuestra América con una mirada panameña.
Pero en este país da igual que escribas “Pedro Navaja” o “Amor y Control”, o que te respeten en la industria gringa del cine; que un Nobel del país vecino admire tu obra, que personas tan distintas admiren a un tiempo tu trabajo; da igual que una de tus canciones sea lo último que escuchara la hija de un inmigrante en Madrid. Muchos panameños desprecian todo lo que haga un compatriota, y hasta le afean que no ayude a los niños pobres de su barrio, y le dicen creído y ricachón.
¡Qué vaina con Rubén! Le dan un premio que nos visibiliza todavía más, y aquí se desprecia con tanta facilidad como si fuésemos la gran cosa, como si nacer en este país fuese mejor que en Nicaragua o Polonia. Tan ignorantes y engreídos somos que en lugar de seguir el ejemplo, desdeñamos al que triunfa colgándole sambenitos políticos y clasistas.
Nuestro deber revolucionario, nos decía García Márquez (se ponía excelso, eran otros tiempos), es escribir bien. Y Rubén, lo saben todos, (muchos no quieren verlo) lo hace muy bien. Así que todos a celebrar el premio y a coger el ejemplo. Los ignorantes y envidiosos, cuanto antes, escuchen con atención “Siembra”.
El autor es escritor